Las alas estaban ahí: de plumas falsas, acolchadas, de tul, oropel y adornadas con estrellas. También los bustiers y brasieres de cristal; las tangas de encaje y las sedas de tocador. También las superestrellas: Lisa, saltando de una motocicleta y moviendo las caderas con pequeños trozos de cuero; Tyla, contoneándose en shorts ajustados; Cher, con pantalones cargo brillantes y un corsé.
Y también estaban las supermodelos, casi todas: Gigi y Bella Hadid, Paloma Elsesser, Joan Smalls, Ashley Graham, Valentina Sampaio, Kate Moss y su hija Lila. Incluso Eva Herzigova y Carla Bruni, la ex primera dama de Francia, de 56 años, que se pavoneó por la pasarela con un body completo de encaje. Resaltó mucho la participación de Tyra Banks, con mallas, una faja plateada y una capa.
Todos los ingredientes estaban ahí para la reinvención de la reinvención del show de Victoria’s Secret, seis años después de que todo el asunto fuera cancelado bajo una nube de vergüenza y a raíz del movimiento #MeToo.
Fue entonces cuando el mundo cayó en la cuenta repentinamente de que lo que se había vendido como un recargado espectáculo kitsch de santas y pecadoras era en realidad cómplice de la creación de una cultura que priorizaba a un determinado tipo de cuerpo sobre todos los demás y que trataba a las mujeres simplemente como vehículos de la fantasía masculina. (¡Señoras Claus pícaras! ¡Domadoras de leones pícaras! ¡Rob Roys pícaras!).
Y fue entonces cuando la firma gigante de lencería que había logrado etiquetar exitosamente a las mujeres en ropa interior como “ángeles”, comenzó un largo periodo de reducción de la cuota de mercado, examen de conciencia, reorganización corporativa y promesas públicas de dedicarse al empoderamiento femenino. Fue un giro tan radical y difícil de digerir que el mundo, de hecho, empezó a pedir el regreso de las alas.
Entonces, VS cumplió. Pero con un desfile en el que, según anunciaba la voz en off antes del desfile, “las mujeres llevan las riendas”. En el que “en la pasarela, todo gira en torno a las mujeres”.
Pero, ¿fue así?
Solo si se sigue creyendo en la idea de que todas las mujeres comparten una fantasía similar que implica un deseo, no tan secreto, de actuar como un regalo con un moño gigante que espera ser, literalmente, desenvuelto.
Sí, en la pasarela hubo más tipos de cuerpos, incluidos los trans, que en el pasado, y más mujeres de distintas edades. Todo podía ser adquirido durante la transmisión en vivo, lo que significa que la lencería real era más accesible que absurda. (No hubo brasier de diamantes de fantasía). Incluso hubo pantalones de pijama y uno o dos vestidos transparentes de corte sesgado del diseñador Joseph Altuzarra.
Casi todas las modelos usaron alas, o al menos una bata con cola, en lugar de algunos de los accesorios más atroces de los desfiles anteriores. Muchas de esas alas parecían, igual que la ropa interior, más fáciles de llevar que las antiguas versiones de 14 kilos. Pero muchas también parecían compradas en la tienda de disfraces de Halloween de la esquina. Y hay una diferencia entre celebrar la diversidad física real y celebrar a personas cuya fama es mayor que cualquier talla.
Es posible que fuera la máquina de humo, puede que fuera el confeti rosa que llovió del techo al final, es posible que fuera la modelo Doutzen Kroes atorando su tacón de aguja con tiras de cristal en la pasarela, pero al final todo se sintió más como una reunión de secundaria de mal gusto que como un paso hacia adelante. Un encuentro de quienes solían ser más populares, ataviadas con las galas de antaño, reviviendo un momento que había adquirido, en la bruma de la nostalgia o las complicaciones reales del mundo exterior (o simplemente por la iluminación de la discoteca), un engañoso brillo color de rosa.
Pero también provocó la misma reacción que ver una sala llena de gente con sus viejos vestidos de graduación: ¿qué estábamos pensando?
A estas alturas, no importa cómo se presente o quién esté detrás del telón; el desfile de Victoria’s Secret es simplemente una reliquia de otro tiempo. Eso no significa que las mujeres no puedan divertirse con la lencería —o, ciertamente, con los productos de VS— sino que esta forma concreta de exhibirla debería quedar atrás. Hay una historia distorsionada bajo el encaje que no se puede borrar.
Si hay algo que no es ningún secreto, es que desfilar por una pasarela con cuerpos escasamente vestidos, independientemente de su tamaño o edad, no tiene nada que ver con el empoderamiento. Se trata de cosificación, aunque sea una cosificación de igualdad de oportunidades. Y que hay tantas fantasías y definiciones de lo sexi como personas en el mundo, y que muchas de ellas, tal vez la mayoría, no usan alas.
Con información de New York Times
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