Carlos tovar
En esta Venezuela llena de cuentos, mitos y leyendas, existe un rumor
que en el año 1928, encontraron dos cuerpos, pequeños, en las
cercanías a la llamada serranía de la Guacamaya. El hallazgo
sorprendió, a sus descubridores, pues eran dos criaturas de color
grisáceo, con ojos saltones y vivos, a pesar de que una yacía muerta y
la otra agonizaba.
Los humildes pobladores que los encontraron, de inmediato pensaron que
se trataba de unos Ángeles, y los llevaron con prontitud a la
Catedral de Valencia. En ese lugar, el Obispo de Turno,, no sabía bien
que hacer, y en su confusión decidió enterrar s los pequeños seres en
un lugar no determinado de la catedral.
La historia se propagó entre los valencianos, y la fe del pueblo no se
hizo esperar, pues de inmediato se les llamó a las pequeñas criaturas,
como «Los Hermanos de la cofradía». Así pues, las muestras de cariño,
devoción y admiración fueron creciendo, y no faltaban fieles que se
arrodillaban en la Catedral pidiéndoles favores a los hermanos. La
noticia llegó hasta El Vaticano, y las autoridades eclesiásticas
decidieron enviar una comisión para investigar el caso.
Luego de la investigación, la Santa Sede, optó por acabar con ese
mito, y la tumba de los «Hermanos de la Cofradía» fue sellada y
clausurada. Con el pasar del tiempo, poco a poco se fue olvidando la
historia, y ya nadie recuerda las circunstancias que rodearon ese
hecho.
No obstante, Lucrecia Prieto, que en el momento del hallazgo tenía tan
sólo siete años de edad, aún cuenta esa historia, pues su padre, fue
uno de los hombres que encontró en la serranía a los pequeños
hermanos. Según ella, uno de los seres sobrevivió, y logró escapar a
sus captores, escondiéndose en la vieja estructura del engranaje del
reloj en la Catedral de Valencia. Allí, ha permanecido, por muchos
años, tiempo en el cual, muchos feligreses que acuden a la misa, creen
ver un fantasma, sin sospechar que es aquel ser de otro mundo que
siempre ha vivido entre nosotros.
