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He vuelto a comprar CD y eso me ha vuelto a enamorar de la música: mi libre albedrío musical

El atractivo de una máquina de discos digital ilimitada era grande, pero a medida que el algoritmo me ofrecía cada vez más música que no disfrutaba, recuperé el control de mi escucha.

Yo Cuando la mayoría de la gente comparaba cuántas veces habían escuchado a Sabrina Carpenter, Charli xcx y Fontaines DC en Spotify Wrapped el pasado diciembre, tuve que conformarme con Burger King Unwrapped, que me entregaron a través de su aplicación, y que me decía cuántas hamburguesas me había comido ese año (una sola Whopper en julio). Verán, he dejado de escuchar música en streaming, lo cual, en estos tiempos, parece francamente raro. Pero escúchenme. He vuelto a comprar CD y eso me ha vuelto a enamorar de la música.

Escucho música todo el día, todos los días. No puedo trabajar sin música de fondo, ni pensar en lavar los platos sin música para disfrutar. Tradicionalmente, compraba álbumes en CD o vinilo y los escuchaba una y otra vez hasta aburrirme, para entonces con suerte ya había comprado otro. Al parecer, es una costumbre muy molesta: cuando era estudiante (mucho antes de la era de Spotify), un compañero de piso estaba tan exasperado porque ponía Urban Hymns de The Verve a todo volumen por toda la casa que irrumpió en mi habitación, sacó el CD y lo tiró por la ventana.

Cuando aparecieron Napster, el intercambio de archivos y, finalmente, Spotify, no podía creer mi suerte. Abandoné al instante mi arcaico (y caro) hábito de los CD por una gramola digital que podía reproducir todas las canciones del mundo. Ponía en cola los nuevos álbumes de artistas que me gustaban o de gente de la que había oído hablar y me sumergí en un mundo de escucha infinita. Pero luego, como era de esperar, me dio pereza. A medida que Spotify empezó a conocerme, sus recomendaciones se volvieron cada vez más oscuras. Antes de que me diera cuenta, Spotify habría pasado del nuevo álbum de Gorillaz que le había pedido que reprodujera a alguna extraña tontería de jazz folk que no me había gustado y, crucialmente, que no me gustaba. Invariablemente, me daba pereza apagarlo. Escuchar Spotify era como hablar con un esnob musical que cree saber más de música que tú, y no en el buen sentido.

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