Por Templario
El 8 de julio de 1860, el barco pirata negrero «Clotilda» llegaba a la bahía de Mobile, Alabama. Cargaba en su interior 110 jóvenes repartidos en ambos sexos. Estos esclavos prisioneros fueron los últimos de un total aproximado de 389,000 africanos esclavizados en los Estados Unidos entre principios del siglo XVII y el año de 1860.
En esa época, el mercado de negros continuaba en el sur a pesar de la proclamación de emancipación emitida por el presidente Abraham Lincoln el 1.º de enero de 1863. Los negros que en 1820 se negociaban por 350 dólares costaban hasta 14 mil dólares y, en casos extremos, podían llegar a valer 50 mil dólares americanos.
Estos negros que llegaban a Mobile, Alabama, lo perdieron todo. Fueron vejados y despojados de sus vestidos para que viajaran desnudos. Esta humillación y todas las penalidades por las condiciones inhumanas del trato hicieron que los sobrevivientes fuesen incapaces de recordar con detalle el dolor y la agonía de haber sido secuestrados y trasladados a otro país que ni siquiera conocían. Los separaron de sus familias, de sus casas, de sus amigos, de sus trabajos, de sus hogares, para luego comenzar a padecer la trata esclavizante de negros, la guerra de secesión y las leyes de Jim Crow que aplicaban en los estados del sur de Estados Unidos.
En marzo de 2025, la historia parece repetirse. Son temas muy importantes cuando un país que conoce y padece todos estos eventos narrados secuestra y transporta a otro país a 256 hombres y mujeres. En actitud indolente y arrogante, sin importar qué delitos graves comete, un Estado agresor arremete contra un grupo de venezolanos y los acusa, sin pruebas y sin ser oídos, de pertenecer a una banda de delincuentes. Sí, a todos por igual. Allí se aprecia el abuso de poder más grande de la historia, ejecutado contra un grupo de seres humanos, eventos que no veíamos desde el mismo comienzo de la época de la esclavitud. Se trata de venezolanos inocentes que fueron secuestrados en contra de su voluntad por unos bandidos que se asocian para delinquir. Estos venezolanos han sido secuestrados, desaparecidos, maniatados, vejados, calumniados, transportados a cárceles en otro país, donde fueron rapados de cabeza y uniformados como reos de prisión.
Ellos no tuvieron ni una sola oportunidad para ser oídos. Nadie les leyó sus derechos. No tenían ninguno, porque los 10 derechos fundamentales más importantes les fueron violentados: el derecho a la vida, a la libertad, a la igualdad ante la ley, a la libertad de expresión, a la libertad de pensamiento, a la libertad de asociación, a la privacidad, a un juicio justo, a la educación y a la salud. Todos estos derechos les han sido confiscados. Solo tuvieron un injusto derecho: estar presos el resto de sus vidas por un delito que no han cometido. Nadie da sus nombres, nadie se atreve a decirlos, ni tampoco el delito por el cual se les acusa. Los cómplices y autores intelectuales de estas órdenes incomprensibles e inconstitucionales vienen dadas por dos presidentes de dos países distintos: uno muy grande, los Estados Unidos de América, Donald Trump; y el otro, un títere de este en un país muy pequeño, El Salvador. Sí, Donald Trump, un ignorante de la ley, un hombre que no piensa las consecuencias de ninguno de sus actos y quien se cree inmune y por encima de la ley, abusa de su autoridad y de su poder de funcionario público. En ese andar de desviaciones, utiliza a otro violador de derechos humanos, Nayib Bukele, un hombre que tiene más de 35,000 presos sin juicios y sin delitos, confinados a cárcel el resto de sus vidas. Allí, sobre el debate de las sanciones a la violación de derechos humanos, debe sobreponerse la ley. Todos tenemos el sagrado deber de decirlo a gritos, todos en cualquier parte de este globo en el cual nos encontremos. Todos y cada uno de nosotros tenemos el deber de decir todo esto y mucho más. ¡Todos sin excepciones! ¡INJUSTICIA! Clamamos todos los venezolanos al son de nuestros corazones. Han secuestrado a nuestros hermanos y hermanas. Gritamos de viva voz: ¡INJUSTICIA!
«Clotilda» es solo un símbolo abyecto, ruin, detestable que debemos recordar hoy para nunca olvidar el padecimiento, el dolor del hermano y la violación de los derechos fundamentales de todo ser humano. «Clotilda». Que recuerden nuestros hermanos de color y todos nuestros ancestros en Estados Unidos ese nombre: «Clotilda». Y recuerden el secuestro y la deportación a un país que ni siquiera conocen. «Clotilda».