(Diana Maitta) Nord Stream 2 AG, la constructora del gasoducto del mismo nombre controlado por Gazprom para transportar directamente por el lecho del mar Báltico gas de Rusia a Alemania sin pasar por Ucrania, se declaró en quiebra, según informó este miércoles, 2 de marzo, la emisora pública suiza Schweizer Radio und Fernsehen (SRF).
La crisis entre Rusia y Occidente ante la invasión de las fuerzas del Kremlin en la vecina Ucrania se materializa en un gasoducto que es mucho más que una infraestructura energética. El mismo se ha convertido en un arma de doble filo y en una herramienta con la que presionar al presidente ruso, Vládimir Putin.
El Gobierno federal de Alemania anunció, el pasado 22 de febrero, dos días antes de la invasión rusa a Ucrania, que se paralizaría el proceso de certificación de la infraestructura del controvertido gasoducto, controlado por el gigante gasista ruso Gazprom. Sin esta aprobación, Nord Stream no pudo entrar en funcionamiento.
Esta acción forma parte de las sanciones impuestas a Rusia posterior al envío de sus tropas a territorio ucraniano. En enero de este año se advirtió que, si las tropas rusas cruzaban la frontera de Ucrania, al canciller alemán, Olaf Scholz, le iba a resultar muy difícil seguir adelante con un proyecto al que Estados Unidos se ha opuesto de forma contundente durante años. La decisión llegó además en plena crisis energética y cuando el gigante gasista ruso estuvo aparentemente racionando el suministro de gas a la Unión Europea (UE).
La financiación de la construcción de la obra ha corrido a cargo en un 50% por el gigante gasista Gazprom, por una parte, y por la petrolera británica Shell, la francesa Engie, la austriaca OMV y las alemanas Uniper y Wintershall DEA, por la otra.
La importancia de un gasoducto para Europa
El NS2 ya está construido y, de acuerdo con datos suministrados por el diario español El País, permitirá al gigante ruso entregar 55.000 millones de metros cúbicos de gas a Europa cada año a través de 2.460 kilómetros de tuberías que cubren los más de 1.200 kilómetros desde la rusa Ust-Luga hasta Lubmin —una pequeña localidad muy próxima a la ciudad de Greifswald—, en Alemania.
Este proyecto duplica su capacidad y esquiva el paso por Ucrania, tradicional país de tránsito del gas. Con él, Kiev -la capital ucraniana- no solo pierde ingresos; también se vuelve más vulnerable frente a Moscú.
En medio de la invasión de Rusia a Ucrania, Alemania presiona al Gobierno ruso con no comprarle el gas a través del NS2. Ahora Europa empieza a conjeturar si podría dejar de depender del gas ruso. Moscú ha sido su principal proveedor. Y Alemania, obligada a quemar menos carbón para dejar de emitir CO₂, es especialmente dependiente. Necesita el gas como energía de transición mientras mejora la capacidad de las renovables y por su compromiso con el medio ambiente para evitar el uso de carbón.
Durante décadas, Rusia ha utilizado la energía y los acuerdos de suministro como una herramienta para mantener una cierta influencia sobre sus países satélite y hacia otros que dependen enormemente de su gas, como algunos de la UE.
En este sentido, la presión que se dio semanas antes de la invasión para que Alemania retirara su apoyo al proyecto se hizo una realidad. El Parlamento Europeo pidió con anticipado su paralización. Sin embargo, abandonar un proyecto como el gasoducto no sale nada barato: se calcula tener que pagar unos 10.000 millones de euros en compesaciones a las empresas.
Si se revisan textos del diario El País, se puede notar que no son pocos los analistas que señalan que Estados Unidos defiende también sus propios intereses en la venta de su gas natural licuado procedente de la fracturación hidráulica (fracking) a Europa. “Gas de la libertad” lo llegó a llamar Trump. Alexander Simonov, profesor de Economía en la Universidad de la Amistad de los Pueblos de Rusia, llegó a opinar que “la única forma eficaz que tiene la industria estadounidense de adueñarse de una parte significativa del mercado europeo es restringir físicamente las capacidades de exportación de las empresas rusas”.
En pocos años Estados Unidos se ha convertido en el primer productor mundial de gas natural licuado gracias a la técnica del fracking y necesita exportar porque le sobra para el consumo interno.
¿Puede el gas natural licuado llenar el vacío?
Las reservas de gas de Europa están en mínimos históricos y la demanda de invierno aún no ha terminado. La verdadera dimensión de la crisis energética de Europa se hizo evidente en el mes de enero, cuando Commerzbank, el cuarto banco más grande de Alemania, publicó datos que mostraban las reservas actuales de gas natural en toda la Unión Europea.
Se asoma cada vez más la posibilidad de hacer uso de gas natural licuado (GNL). Este es un gas natural que se enfría hasta su forma líquida. A menudo se exporta en enormes barcos con tanques fuertemente aislados y, al final, el líquido se vuelve a convertir en gas (regasificado).
Sin embargo, de acuerdo con economistas de Commerzbank, aunque Europa aún tiene la capacidad de procesar o regasificar el gas licuado importado, «sería difícil entregarlo a los usuarios finales, ya que la infraestructura de distribución no está diseñada para un cambio significativo a GNL”.
Estados Unidos sigue golpeando
Justo antes de la invasión a gran escala del resto de Ucrania, Estados Unidos ya había impuesto sanciones a Nord Stream 2 AG, a sus directivos y a empresas subsidiarias, lo que supuso el golpe de gracia de este proyecto.
Por su lado, el Kremlin insiste en que el Nord Stream 2 beneficiará a los consumidores europeos.
Ahora solo queda esperar las próximas pronunciaciones de las grandes empresas involucradas para saber qué sucederá con el promotedor gasoducto que parecía iba a solucionar todos los problemas de energía de Alemania, y otros países europeos.