Leopoldo Puchi
Donald Trump ha regresado a la Casa Blanca y las incógnitas sobre el rumbo que tomará su administración respecto a Venezuela están a la orden del día. Durante años, Washington ha intentado reinsertar el país a su dispositivo geopolítico, lo que ha resultado más difícil de lo esperado. Venezuela, una nación que por mucho tiempo formó parte de la órbita estadounidense, optó por separarse. Para una superpotencia como Estados Unidos, esa ruptura no ha sido aceptable.
Desde su primer mandato, Trump intentó forzar un ‘cambio de gobierno’. Apeló a la máxima presión: sanciones, amenazas militares y creación de un gobierno interino. Sin embargo, la estrategia fracasó. La administración Trump se frustró y Venezuela comenzó la larga travesía de las sanciones petroleras y financieras.
Joe Biden ajustó la táctica y redujo el tono beligerante, pero mantuvo el esquema de sanciones. No hubo aperturas amplias, más allá de varias licencias petroleras concedidas a empresas como Chevron. Bajo este mecanismo, EEUU ha recibido petróleo venezolano, una decisión impulsada por los efectos de la guerra de Ucrania.
IMPRECISO
Ahora, Trump ha vuelto a la Casa Blanca, pero su mensaje sobre Venezuela ha sido impreciso. En sus primeras declaraciones, dejó una sensación de ambigüedad. No dejó claro si retomará la estrategia de máxima presión, si adoptará medidas aún más agresivas o si, por el contrario, relegará el tema a un segundo plano, manteniendo las políticas actuales.
Lo único claro hasta ahora es su declaración de que EEUU podría dejar de comprar petróleo venezolano. “No lo necesitamos”, sentenció desde la Oficina Oval. Un anuncio con múltiples interpretaciones. ¿Se trata de un embargo, un bloqueo o simplemente del deseo de que EEUU aumente su producción petrolera y reduzca la necesidad de las importaciones venezolanas? Como siempre pasa con Trump, el negociante inmobiliario, la verdadera intención podría no conocerse hasta que los acontecimientos se desarrollen.
EN AGENDA
La realidad es que Venezuela sigue en la agenda de Washington, aunque sin un camino definido. Por el momento, la nueva administración ha asignado a distintos actores para manejar el tema, desde Richard Grenell, quien inició los primeros contactos con el gobierno venezolano y declaró que la diplomacia estaba de vuelta, hasta figuras del ala dura de Florida como Marco Rubio y Mauricio Claver-Carone. Esta diversidad, en lugar de acelerar una resolución, podría prolongar la toma de decisiones.
Pero las opciones para Washington son limitadas. Como señala el analista Daniel Raisbeck, si Trump no está dispuesto a una acción militar directa, el margen de maniobra de una política intervencionista se reduce a sanciones y diplomacia coercitiva. En este escenario, la estrategia puede inclinarse hacia una combinación de desgaste económico y negociaciones.
PRAGMATISMO
Por su parte, quizás sorpresivamente, el gobierno venezolano ha adoptado frente al retorno de Donald Trump una actitud que parece estar guiada por el principio de la paciencia estratégica. Lejos de reaccionar con estridencias o de sumarse a la retórica anti-Trump, Miraflores ha asumido una posición pragmática para proteger sus intereses.
Nicolás Maduro ha felicitado a Trump por su reelección y ha evitado confrontaciones. También ha mostrado disposición a cooperar en puntos como el combate al crimen organizado y ha aprobado la decisión de Trump de declarar al tren de Aragua como una organización terrorista. En materia de deportaciones, ya existe un convenio firmado con la administración Biden que podría reactivarse en los próximos días.
La posición es que a Venezuela no le conviene una confrontación, sino evitar un incremento de sanciones que perjudique al país. La experiencia ha demostrado que el tiempo juega un papel determinante en la política internacional y que, en muchas ocasiones, la mejor respuesta es no precipitarse. Washington ajusta su estrategia y, al parecer, el Gobierno calcula y espera.
COLOMBIA
Un punto a resaltar es que las primeras disputas del nuevo gobierno de Trump no se han centrado en sus adversarios tradicionales, sino en países que forman parte de la órbita estadounidense. Panamá está en la mira por el Canal y Colombia ya ha sentido la presión para alinearse sin condiciones. No basta con que estos países sean aliados o satélites de Washington. Trump los quiere sin ningún margen de autonomía.
Como plantea Ted Galen Carpenter, si Theodore Roosevelt amplió la Doctrina Monroe con su corolario que sentó las bases de una América Latina bajo tutela, Trump parece aspirar a su propia versión de la Doctrina Monroe: un «Corolario Trump». No se trata solo de contener a potencias extranjeras, sino de reafirmar el principio de supremacía. Estar en la órbita de Washington ya no basta, ahora se exige alineación sin condiciones. En algunos casos, la presión busca consolidar el mando sobre los gobiernos. Y, en otros, la tentación expansionista regresa, como en el Canal de Panamá.