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El curandero del mercado periférico

Carlos Tovar

Todas las ciudades y caseríos tienen sus personajes emblemáticos: gente que sobresale por sus anécdotas y estilos de vida peculiares. La mayoría son indigentes, otros padecen problemas mentales. Siempre están ahí, recorriendo las mismas calles, ya sea en soledad o entre el bullicio. Muchos han fallecido sin servicio fúnebre ni una tumba que visitar en el cementerio. Entre ellos, podemos mencionar a algunos de la larga lista: Fosforito, que arrastraba una carreta; Pescaíto, Tamakun, Blakaman… Ellos eran el sello de Valencia en los años 70. Los niños de entonces disfrutaban gritando sus nombres o apodos al verlos pasar.
Pero hubo uno en especial, un hombre que vivía en las calles del Mercado Periférico de La Candelaria: el recordado Agapito, el curandero(o el brujo, como también le decían). De él se sabe poco. Apareció un día entre puestos de comida y botellas de aguardiente, diciendo ser oriundo de Bejuma, aunque «la vida lo trajo a Valencia».
Agapito aseguraba conocer brebajes indígenas capaces de curar enfermedades. Su pago era una botella de licor. Cada vez que un comerciante abría un negocio, lo invitaban para «alejar las ánimas en pena»que, según él, merodeaban el lugar. Preparaba amuletos con hierbas y piedras, murmurando palabras incomprensibles. Aunque su aspecto era frágil y descuidado, muchos juraban que escondía conocimientos ocultos.
En los años 80, un rumor aterrorizó el mercado: un espanto aparecía entre los puestos, asustando a trabajadores y clientes. Agapito, en una ocasión, afirmó con calma: «Yo ya hablé con esa alma en pena esta madrugada». Y, curiosamente, los sucesos cesaron.
A pesar de ser indigente, era respetado. Se cuenta que curó a un mendigo de la ceguera con emplastos de plantas, y que sanó a una mujer con una extraña enfermedad en la piel. «La salud radica en comer sano y no pensar en cosas malas», repetía.
Hoy, quienes visitan el Mercado Periférico ignoran que allí vivió una especie de santo callejero un hombre que sanó cuerpos y ahuyentó sombras. El tiempo borra recuerdos, pero algunas historias persisten en los confines de la memoria.
La próxima vez que pases por La Candelaria, mira entre los puestos. Quizá, en el eco de los pasos, aún resuene el nombre de Agapito, el curandero que nadie recuerda… pero que el mercado no olvida.
Agapito aseguraba conocer brebajes indígenas capaces de curar enfermedades. Su pago era una botella de licor
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