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“Europa acepta la diferencia solo en la medida en que esa diferencia no sea problemática”

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La escritora y filósofa Karima Ziali es hija de la diáspora marroquí.

Llegó a Cataluña con apenas 3 años, en 1989, huyendo de la conflictiva zona del Rif. Más de tres décadas después, se considera catalana y rifeña a partes iguales y rehuye de las etiquetas que le quieran imponer desde fuera.

Aprendió a navegar en lo que ella denomina “sopa cultural”, una mezcla de identidades en la que se encuentran muchos otros migrantes.

Su primera novela “Una oración sin Dios” surge precisamente de la necesidad de confrontar los estereotipos. Lo hace a través de su protagonista, Morad, un joven de familia musulmana, que ha crecido en Cataluña y quiere estudiar filosofía, aunque eso contradiga la voluntad de su madre, Farida.

El joven lucha contra una crisis de identidad que lo enfrenta con lo que es o lo que se espera que sea y el hecho de crecer en un entorno donde es consciente de ciertas diferencias.

BBC Mundo habló con Ziali ella en el marco del Hay Festival de Arequipa, que se celebra del 7 al 10 de noviembre.

El título de tu libro, “Una oración sin Dios”, hace referencia a la búsqueda de la oración en lo sagrado, fuera de un código religioso. ¿Por qué decidiste centrar tu libro en ello?

El título siempre es lo más complejo de un libro.

Realmente pasaron meses hasta que descubrí la utilidad de este título, que no se entiende hasta el final de toda la historia de Morad y lo que implica su herida, una herida habitual, pero que toma esta tonalidad dura por el hecho de estar relacionada con el mundo religioso, el de la familia, la tradición y la identidad.

Pero, ¿qué supone para ti esa necesidad de orar?

Yo siempre digo que mi primera religión consciente fue la católica, a pesar de que vengo de una familia en principio musulmana.

Durante la primaria, fui a una escuela católica donde había oración de la mañana, y para mí era un acto natural y naturalizado.

Luego, cuando me di cuenta de que en realidad venía de una tradición religiosa distinta, esta confrontación empezó a dejar una huella en mí y comencé a cuestionarme qué era este acto de la oración.

Pero no fue hasta que inicié la carrera de filosofía que empecé a confrontar de manera más abierta el significado de la religión y qué significa el ejercicio de la oración.

Ahora, después de todo este trayecto, de la carrera, la oración es un acto muy natural en el que alguien busca una conexión con algo que lo saque de su mundo traumático.

Abres la novela con una cita del psiconalista y psicólogo social Erich Fromm, que describe la libertad como el primer acto verdaderamente humano. ¿Somos, como dice Morad, enemigos de nuestra propia libertad?

No había otra manera de iniciar este libro.

Para mí la clave de la libertad es lo que marca el camino y el ritmo de Morad. Sin ella, él sería incapaz de confrontarse con la tradición, de cuestionar la religión y su sexualidad.

Escogí esta cita porque vincula muy bien este derecho que tiene Morad a ejercer su libertad plena y hacerlo sin ningún tipo de miedo.

Porque cuando entra el temor no somos capaces de enfrentar todo esto que se nos da como un bloque: tradición, religión, identidad, y te quedas con él sin saber qué hacer.

La libertad es lo que te permite desmenuzarlo, triturarlo, reconstruirlo; es lo que te permite ir a estos asuntos sin sentir que estás transgrediendo nada, sino que es tu obligación moral como individuo.

Morad es un hijo de migrantes de origen rifeño, que se enfrenta a los dilemas de la vida adulta unido al hecho de ser musulmán, pero ¿cómo es el monstruo que lo devora por dentro del que hablas en el libro?

Es verdad que Morad es un chico que yo no sé si se llamaría a sí mismo musulmán.

Es muy complejo construir tu identidad cuando por todas partes escuchas quién tienes o debes ser.

Morad responde un poco a este mundo conflictivo identitario, en que muchos chicos y chicas podrían decirte que no son practicantes, pero tienen esta tradición, una atmósfera musulmana a su alrededor.

La religión forma parte de ese monstruo que lo va devorando, que para mí no está tan focalizado en la cuestión de qué supone para él el islam, sino una cuestión sexual.

Quería poner más el foco en sus experiencias y en su vivencia sexual y en cómo eso le define como hombre y le confronta con cierta masculinidad que tiene que asumir, esos patrones masculinos de agresividad, de me tienen que gustar las mujeres, tengo que tratarlas de cierta manera.

El monstruo realmente se focaliza cuando Morad sufre abusos en su infancia por parte de una figura tan autoritaria y tan respetada en la comunidad musulmana como es el alfaquí.

Esa es realmente la historia que estoy narrando, una historia de abusos sexuales y cómo eso crea esa especie de monstruosidad interna en Morad, que busca maneras de dibujar ese monstruo, de ponerle cara.

En la crisis que azota a Morad, llega a decir cosas como: “Es una mierda ser moro”. A lo que su profesor de filosofía de instituto responde: “Entre tú y yo no hay tanta diferencia. Esto es lo que mata el mundo, pensar que somos distintos”. ¿Cómo escapar de estos estereotipos?

Es muy importante ponerle cara a los estereotipos. Tampoco hay que rechazarlos, es decir, los estereotipos, los prejuicios, se construyen evidentemente no tanto por una cuestión de desconocimiento, sino precisamente porque asumes que lo que tú estás conociendo parte de esas ideas y todos valoramos nuestras ideas como verdaderas.

Que Morad llegue a verbalizar “es una mierda ser moro”, me ha traído algunos problemillas, pero creo que es algo que todos hemos llegado a pensar en algún momento.

Todas las personas que venimos de este contexto hemos llegado a desvalorizar nuestra propia identidad porque creemos que no responde a los parámetros que se esperan de nosotros en una sociedad como la europea.

Y esa confrontación, ese mirarse constantemente en el otro, es lo que hace que salgan a la superficie traumas, que suponen estos prejuicios para Morad.

Él siente la obligación de vivir realmente esos estereotipos, esos prejuicios que se lanzan sobre él, porque es la única manera, y lo sabe, de poder superarlos.

Creo que es muy positivo vivirlos de verdad, no rechazarlos, no negarlos, porque cuanto más se nieguen estos estereotipos y estos prejuicios menos seremos capaces de superarlos y evidentemente me incluyo en eso.

El ejercicio de Morad no un ejercicio de negación, sino un ejercicio de aceptación y de superación.

¿Piensas, como dicen algunos, que se trata de un libro que nos ayudará a sacudirnos dogmas y un poco de pereza occidental?

Cuando se lee en esta clave la novela me alegra, porque es un ejercicio de doble carril: nos tiene que hacer pensar a nosotros -en este nosotros incluyo a todos los hijos de inmigrantes que venimos de estos contextos musulmanes- y a la vez es muy positivo lograr hacer el ejercicio de cuál es nuestro diálogo con todo esto que viene, dónde nos ubicamos nosotros como occidentales, como europeos, en relación a esta historia que nos cuenta Morad.

Pero entonces, ¿crees que hay cierta pereza occidental hacia todo esto?

Creo que sí. No sé si pereza es la palabra, es más como un ejercicio de decir que Europa acepta la diferencia solo en la medida que esa diferencia no es problemática. Y Morad es una diferencia problemática.

La historia de Morad confronta la idea que tenemos acerca de qué y qué significa la diferencia. Podemos aceptarla mientras no suponga que tengamos que problematizar nuestro estilo de vida.

En realidad, todos los procesos migratorios, los hijos de las familias que han hecho este proceso, lo que vienen a sacar a relucir es un problema anclado dentro de la sociedad europea.

Lo que estoy diciendo es que en Europa ya existen estos problemas con la diferencia, pero encontrarte con lo distinto hace que esos problemas emerjan. Se trata de sacudir la pereza y de sacudir nuestra conciencia con la diferencia.

El protagonista sufre por no querer ser musulmán y se pregunta cómo escapar o renunciar. ¿Es una crisis que muchos jóvenes musulmanes atraviesan en algún momento de sus vidas?

Yo diría que sí, que todos y todas en mayor o menor medida hemos pasado por ese proceso.

Voy a hablar más del contexto español que es el que conozco: a las familias que llegaron en los 80, en los 90, como la generación de los padres de Morad o la mía, nos confronta el hecho de crecer en un entorno donde eres consciente de ciertas diferencias.

Se sufre la cuestión religiosa, porque a veces entendemos el islam como una regresión al pasado. Es un error precisamente verlo así y Morad es el ejemplo de eso. El islam no es volver al pasado.

El sentimiento de pertenecer al islam y ese sentimiento de vivir en una sociedad que está aparcando la religión en gran medida. Ese es para mí el choque.

La madre, Farida, lucha por mantener un estatus familiar centrado en la religiosidad que lo impregna todo, al igual que los silencios. ¿Cómo lograr el equilibrio y hacer frente a esos silencios?

Farida es como un compendio de muchas mujeres de mi familia que he ido conociendo.

En realidad, para mí, Farida es la clave de toda esta historia. Sin ella no habría el potencial que puede tener la historia o el carácter de la herida que lleva Morad con él.

Farida sabe hacer muy bien una cosa, y creo que esto es casi transcultural, y es cómo maneja los silencios en favor de la unidad familiar. Ese es el arte que tiene, su manera de utilizar incluso muchas veces los valores religiosos solo para mantener esa unidad familiar.

Hay que entender una cosa de estas mujeres, sobre todo, y es que ellas cuando llevan a cabo el proceso de migración dejan atrás todo lo que son, sus lazos, sus vínculos familiares, su red social, todo eso queda atrás.

Quieren proteger esa unidad familiar que han creado y es algo que está muy interiorizado. Por eso si hay un elemento que pueda trastocar esa unidad familiar, como puede ser la vergüenza, son capaces de encubrirlo.

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