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Historia de la locura, diario de un loco: Por Carlos Raúl Hernández

Historia de la locura, diario de un loco

Carlos Raúl Hernández

Michel Foucault (1926/1984), con cuarenta años de fallecido, sigue siendo un pensador sintomático para entender la posmodernidad y la filosofía de la praxis actual. Decía no ser historiador ni filósofo, lo que me parece razonable, porque la Academia Francesa de la Historia no lo aceptó y la Universidad de Upsala rechazó su tesis doctoral, Historia de la locura, por las insuficiencias del aparato académico. Con los mismos propósitos y placer que a Rimbaud y Nietzsche, desde que estudiaba sociología, leo su obra apasionante, culta, ocurrente, y bien escrita. Igual que ellos, no es un pensador riguroso, una maquinaria de pensamiento perfecta, como lo son Kant o Popper, y él mismo no admitía clasificaciones, estructuralista, postestructuralista o posmoderno. Articulador principal woke de izquierda, sus libros y su vida tejen una estrecha correspondencia entre obras y patología.

En la universidad se causaba heridas físicas, intentó suicidarse y los médicos determinaron autorrechazo debido a su homosexualidad. Sentirse distinto, anormal en la jerga de entonces, lo impulsó a crear un sistema de pensamiento para “devolver el golpe”, vengarse de la sociedad.  La fuerza de su personalidad intelectual sobró para declarar que quien estaba fuera del deber ser no era él sino el mundo establecido, la sexualidad, las instituciones, la biología, la civilización, eran error, mentira, “constructos del poder”, montajes sociales opresivos y artificiales. Una defensa del  contra el nosotros, mecanismo creado para sobrevivir rechazándose. Dio clases en California en tiempos cuando la población homosexual vivía alarmada por la epidemia de “cáncer gay”, el SIDA, pero él se sumergió en la promiscuidad sexual, en relaciones efímeras, sórdidas.

Según su amante, Daniel Defert, fue suicidio, jugó la ruleta rusa con temeridad autodestructiva y contagiado, diseminó cuanto pudo la enfermedad.  Guy Sorman cuenta en su libro Mi diccionario del bullshit, que Foucault por unas monedas convocaba grupos de niños pobres en Túnez para siniestros encuentros sexuales colectivos de noche en el cementerio. A su muerte, las autoridades consiguieron en su casa instrumentos de tortura con sangre seca, para sesiones de sadomasoquismo. Sin anatematizar o aplaudir el trabajo de un creador a partir de su vida, conocer al hombre ayuda con su obra. Ezra Pound y Neruda fueron respectivamente fascista y comunista; saber sus pasos ayuda a entenderlos. El pensamiento de Foucault es un espejo de sus dramas vitales y ambos se corresponden.

Más radical que Nietzsche, intenta fundamentar filosóficamente la subversión total, no solo contra la sociedad, sino contra la civilización y todo lo conocido: biología, ciencia, sociedad, sexualidad, instituciones, cultura, normalidad, cordura, familia, enfermedad. Arranca de una idea monstruosa, paranoica, del poder. Semanas atrás escribí: “Disfrutaba el libro, pero me invadía la sombra de que era una mente descomunal, pero dañada de fábrica. Aborda ‘el poder’ en la misma vibración asfixiante que Kafka en El proceso o América, una entidad inabarcable, silenciosa, aterradora, inexpresable, deidad egipcia, Moloch ubicuo. Se le ha llamado despreocupadamente ‘el filósofo del poder’ aunque está mucho más cerca de la literatura distópica que de la filosofía. Su nivel de razonamiento aporta solo confusión, superstición, muy por detrás y debajo de Hobbes, Maquiavelo, Gramsci, John Rawls”.

El filósofo del poder, como lo llaman, lo aborda desde una perspectiva primate. No hay nada rescatable en la acción del hombre y su historia. Cada avance cultural es una nueva opresión, más completa y terrible. El poder, la dominación no están solo en el Estado y las clases sociales, sino es infinitamente amplio, omniabarcante, afecta a todos y todo lo que hacemos. La locura, el sistema penitenciario, la clínica, el saber, la sexualidad son meros epifenómenos “del poder” que se expresan en la evolución del lenguaje. La racionalidad social consiste en controlar las almas y los cuerpos para crear un sujeto adaptado, para normalizar su conducta. Las disciplinas teóricas, el saber, nacen para perfeccionar la dominación. Foucault realiza la hipercrítica a la modernidad,  y destroza los progresos de la sociedad moderna. En Historia de la locura trata de demostrar que la definición de loco no proviene de estudios aceptables sino de la pervertida, malévola psiquiatría para normalizar.

Los locos en la edad media, producen temor, rechazo, los aíslan, concentran en barcos para lanzarlos río abajo. La modernidad comienza a tratar al loco como un enfermo y pretenden ayudarle, pero Foucault ve esto como un retroceso: el inicio de la detección, el control, el gran encierro. En esa visión paranoica del mundo, no es fácil captar por qué el autor piensa que sacarlos de las ciudades, embarcarlos sin rumbo para que mueran ahogados o de hambre, es un mejor destino. La Ilustración crea instituciones “para suprimir la alteridad del loco”, la suciedad, la divagación, el desvarío, la insubordinación ante normas definidas por el poder, que deben controlarse.  En Vigilar y castigar, su trabajo sobre las cárceles, explica que el castigo feroz al delito persigue “objetivos de domesticación”. Pero igual rechaza el tratamiento piadoso, la rehabilitación, porque obedece al mismo cálculo.

 El suplicio de los presos podía provocar levantamientos y simpatía popular, pero surgen recursos “astutos”para “dominarlo”: la reeducación, el apaciguamiento, el sometimiento.. Ironiza sobre las cárceles y el observatorio panóptico de Bentham que induce la autodisciplina. Cualquier cosa que se haga, entonces, es canalla y el mundo perfecto sería aquél donde delincuentes y locos, sin cárceles ni psiquiátricos actúen libremente. Las ciencias humanas, el derecho, la sociología, la sicología, son maniobras de los biopoderes para controlarnos. “Entiendo por humanismo los discursos que dicen al hombre occidental: ‘si bien no ejerces el poder, puedes ser soberano. Aún más, cuanto más renuncies al poder y cuanto más sometido estés, más soberano serás’…”. (Microfísica del poder). En Las palabras y las cosas afirma que la libertad es una fantasía, porque estamos atrapados en el lenguaje, las instituciones, construcciones sociales de un poder omnipotente, las tecnologías de dominación. Seremos libres cuando no tengamos familias, hospitales, padres, parejas, escuelas, oficinas, universidades.

@CarlosRaulHer

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