Carlos Tovar
¿Quién no ha oído hablar de fantasmas? Creo que la mayoría tenemos alguna historia relacionada con el tema. Pero este relato, extraído de la vida cotidiana de un lugar muy conocido —la urbanización La Isabelica, en Valencia, estado Carabobo—, tiene un peso distinto. Hablo de un bloque cuyo número omitiré por respeto al recinto. Una de las primeras estructuras construidas allí, pintada con colores llamativos que contrastan con su historia oculta. A simple vista, parece habitado por familias o parejas jóvenes que inician su vida juntas. Sin embargo, entre sus paredes se esconde un secreto que trasciende lo terrenal.
Toda esta información me fue revelada por Julio, el único inquilino que jamás se ha mudado de ese lugar. Él asegura que el bloque vive en un perpetuo vaivén: a veces rebosa de gente, otras yace en un silencio sepulcral. La mayoría de los apartamentos son alquilados por personas necesitadas de un hogar, quienes llegan con sonrisas efímeras que pronto se desvanecen. «El bloque siempre está habitado, pero no por humanos», susurra Julio con una mezcla de resignación y complicidad. «Aquí viven varios fantasmas. No hubo tragedias ni asesinatos aquí, pero algunos antiguos residentes murieron lejos: el joven aplastado por los cauchos de una gandola, la chica ahogada en la playa, el hombre que asesinó a su esposa por celos… No entiendo por qué este lugar los atrae».
Julio ha sido testigo de eventos inexplicables: familias que huyen a los días de llegar, platos que se estrellan solos en la cocina, pies tocados por manos invisibles durante la noche, televisores que se apagan sin razón, grifos abiertos por fuerzas ajenas. Hasta los animales enloquecen, percibiendo presencias que los humanos no ven. En las madrugadas, los pasillos se transforman: risas lejanas, gritos desgarradores, rezos susurrados. «Es como si esa comunidad fantasma celebrara su propia existencia», reflexiona Julio. «Cuando el bloque está vacío, me visitan. Creo que son almas que no aceptan su muerte. Vienen aquí porque fue su hogar en vida… Es trágico vivir sin saber que ya no existes».
Sacerdotes, brujos y pastores evangélicos han intentado purgar el lugar, pero los fantasmas permanecen, arraigados como raíces antiguas. «Hoy llegó una familia nueva», comenta Julio con un dejo de melancolía. «No les digo nada. Tarde o temprano lo notarán. Siempre me preguntan: ‘Julio, ¿no tienes miedo?’. Al principio sí, pero ahora… ¿A dónde iría? Estoy solo y enfermo. Ellos saben que pronto seré parte de su familia».
Mientras habla, un grito agudo resuena desde un apartamento vacío. Julio ni parpadea. «Es común aquí», dice, encendiendo su tocadiscos vintage. La voz rasgada de Carlos Gardel inunda la habitación. «La música vieja los calma. Entre más antigua, mejor». De pronto, la luz se extingue. La oscuridad devora todo, y el silencio se vuelve tangible. Al salir, comento a una vecina: «Se fue la electricidad. Estaba con el señor Julio». Ella palidece: «Julio lleva un año muerto».
La urbanización La Isabelica sigue en pie, sus paredes testigos de un misterio que desafía la razón. Si alguna vez te mudas allí, reza para no terminar en el bloque de los inquilinos fantasmas. Y si escuchas a Gardel en la penumbra, recuerda: quizás Julio aún vela por su hogar, entre risas de otro mundo y sombras que nunca se fueron.
LEYENDA-1 «El bloque siempre está habitado, pero no por humanos»
LEYENDA-2 Sacerdotes, brujos y pastores evangélicos han intentado purgar el lugar, pero los fantasmas permanecen, arraigados como raíces antiguas