Los nuevos cátaros
“(contra el enamoramiento) recurrir a una vieja y horripilante harpía…Ella llevará un trapo mojado con sangre menstrual… de la mujer que ama el paciente…ante él deberá maldecirla … le restregará el trapo en su nariz y le gritará ‘esto es ella, un mal de la naturaleza’…’’. Eros y magia (Ian Culianu)
Por: Carlos Raúl Hernández
Los Cátaros (puros en latín) o albigenses son una herejía del siglo XI que rechaza por demoníacos la naturaleza humana, el mundo material, los placeres, la riqueza, el bienestar, y sobre todo, la Iglesia. Dejaron una impronta indestructible en la filosofía occidental que hasta hoy nos persigue como una pesadilla. La naturaleza humana fue creación de Satanás, espíritu del mal, o de Yavhée, la deidad cruel del Antiguo Testamento, cuando “dios estaba dormido”. La condición humana, la vida es perversa, detestable, pútrida. El infierno es aquí.
La mujer más bella es un saco de huesos, pellejos y humores. “El dios del bien”, al contrario, creó la vida espiritual, la oración, la abstinencia, la piedad, el vegetarianismo, el ayuno, el trabajo duro, la caridad, la pobreza, el servicio al prójimo; así los cátaros, autodenominados “buenos cristianos” se ganaron, tanto a los señores feudales como al pueblo llano. Para las herejías dualistas, objeto de la autocrítica de San Agustín siglos antes, el universo libraba una lucha entre el bien y el mal. A los cátaros los asocian a otras herejías, persas o bizantinas: valdenses, bogomilos y arrianos, y con los Templarios, fundadores de la banca occidental.
Investigaciones desmienten esos vínculos y los arraigan en las ciudades del Languedoc, al sur de Francia: Toulouse, Albi, Narbona, Carcasona, Bézier. La secta se torna amenaza estratégica para la Iglesia, el Papa Inocencio III teme un Vaticano “alternativo” y ordena la Cruzada Albigense para enfrentarlos “a tiempo”. Sitiada Bézier, el delegado del Papa, Arnaud Amaury, ordena al comandante del ejército destruirla sin miramientos. Desconcertado, éste pregunta “cómo distinguir entre los cátaros y los buenos católicos”. Amaury responde: “…mátelos a todos…Dios tendrá cuidado en escoger los suyos”.
Murieron 20 mil entre unos y otros. Influido por internet, alguna vez tomé un tour por la ruta de los castillos cátaros. Años después supe que eran un invento para promover la región, su Cabernet-Sauvignon, Syrah, el queso Occitane de cabra y que esos castillos eran posteriores, salvo uno, Mont Ségur, donde la ironía permitió que atraparan y quemaran vivos a los 250 cátaros sobrevivientes. Dejan las bases para herejías posteriores, incluso una que no se asumió, la Teología de la Liberación. Antonio Escohotado llama “fibionismo” al culto a la pobreza.
Pero la Iglesia, poder universal, no es ni puede fingirse indigente, pese a “la narrativa”. Rousseau repotencia la pobretología. Denuncia las bellas artes como “vanidades” de la sociedad urbana contra el estado de naturaleza, que corrompen al buen salvaje. En los jacobinos y hasta hoy, perviven cátaros modernos, que ven en la revolución industrial, el salto tecnológico, la modernización, el maquinismo y la sociedad de masas, solo perversidad. Para Marx y los suyos el “capitalismo” sintetiza el mal, el gobierno del capital, un efímero momento histórico que, según su profecía, dejará paso inevitablemente al “socialismo” cuando “la sociedad gobernará contra el capital”.
Lo siguen Blanqui, Proudhon, Owen, Kropotkin, Bakunin, Nechayev, Lenin, Trotsky, Stalin, Mao, Ho chi Minh, Pol Pot, Fidel, constructores del reino del horror, la peor pesadilla del género humano en todos los tiempos. Marcuse, Adorno, Horkheimer firman el acta de defunción intelectual del marxismo: reconocen que en las grandes sociedades ya no reina el hambre, ni la depauperación absoluta y relativa, ni la desesperación proletaria, ¡sino la abundancia! La “aristocracia obrera” disfrutaba del confort; el consumismo le hizo perder “su carga revolucionaria” y ahora el mal, paradójicamente, es la opulencia “capitalista”. Destruirlo es hoy tarea de los marginados.
La harán los delincuentes, drogadictos, pandilleros, inadaptados, locos. Esa prédica continúa después de morir los experimentos socialistas, desmentido histórico a ideologías fracasadas, cuyos referentes son ruinas, escombros. China y Rusia, hoy superpotencias “capitalistas”, defienden la economía de mercado contra Trump. El “anticapitalismo” posmarxista, la ideología del resentimiento, se mantiene, aunque la humanidad vive su mayor esplendor en la historia, tras grandes éxitos en superar la pobreza. El espíritu cátaro, más despistado que nunca, revivió en filósofos estructuralistas, posestructuralistas, posmodernos, agrupados en el documento de Versalles (1970)
En él defendieron abiertamente la pedofilia y ante el fracaso socialista, se refugian en el anarco-comunismo, y van más lejos que sus maestros del siglo XI. Con retórica petulante, kale academicista, lenguaradas vacuas, ya no impugnan, como Marx, la “explotación capitalista” sino integralmente la civilización, la historia, los saltos tecnológicos-científicos modernos que cuadruplicaron en el siglo XIX la expectativa de vida: la farmacología, la medicina, la salubridad y luego la radio, la televisión, la aeronavegación, la revolución agrícola, la industria cultural, internet, el smartphone. Los grupos políticos y filosóficos actuales que rechazan la sociedad “de raíz” son cátaros modernos.
Desde sus cubículos, esperan que el Espíritu Absoluto (o Platón), sombrero, en mano, diga humildemente: “perdón señores Foucault, Derrida, Deleuze-Guattari, Barthes. Me equivoqué en todo durante 40 mil años”. Desde Adán y Eva, 97% de los seres humanos comparten pulsiones hetero que marcan la historia del arte y la cultura, pero los posmo dicen que son “construcciones sociales” para dominar. Las instituciones: pareja, la escuela, fábrica, oficinas, biología, ciencia, saberes, son meros prisiones, en esta estrafalaria conspiranoia”. Foucault, “el filósofo del poder”, del biopoder satánico, todopoderoso e inasible, luce más bien como su caricaturista.
No soportaría la comparación con quienes, desde Maquiavelo y Hobbes hasta Poulantzas, lo estudiaron en serio, su génesis, dialéctica y desenlaces continuos. Es disparatado hablar de “el poder” en referencia a miles de confrontaciones y guerras, tantas como “poderes”. Otro refrito posmo, es negar la libertad. Según la genialidad del Pablo Coelho asiático, el señor Nyung-Chul Han, una nueva y más terrible alienación te acorrala en las redes, “te obligan al narcisismo, a exhibirte”. Vi el argumento repetido por simpáticos jóvenes barbudos, uno en Madrid, otro en Milán, el tercero en Buenos Aires y el último en Los Ángeles, en un podcast por ¡YouTube!
Disertaban sobre “el sujeto sujetado” por los medios y el “neoliberalismo”, a decenas de miles de kms. entre sí, unidos milagrosamente gracias a tal dominación. Lo que llamamos el mal es la insurgencia de nuestro estado de naturaleza, el componente bestial, la violencia, la destrucción, el tanatos, la guerra, el robo, la violación. Pero a diferencia de los cátaros, reconocemos que igualmente poderoso es el bien, precisamente la civilización, los valores e instituciones que no le gustan a Foucault, familia, escuela, oficina, fábrica. Su pretensión de devolvernos al estado de naturaleza, sin ellos.
@CarlosRaulHer