domingo, junio 15, 2025
26.1 C
Carabobo
DIARIO LA CALLE
BANNER-LA-CALLE-1100X150PX
DIARIO LA CALLE
previous arrow
next arrow

Los Teléfonos Públicos: Llamadas del Más Allá

Carlos Tovar

Quizás la nueva generación ni se imagina que hace algunos años las personas hacían colas para llamar por teléfono público. Con la llegada masiva de los celulares, estos aparatos, otrora imprescindibles, se fueron transformando en recuerdos difusos con el paso del tiempo. Aquel confidente silencioso en la esquina, que nos salvó en incontables apuros, fue testigo de emergencias y cómplice en conquistas amorosas, permitiéndonos establecer largas conversaciones con la pareja. Un detalle crucial había que tener siempre a mano: monedas de un bolívar. Después llegaron las tarjetas, que para muchos representaron un avance tecnológico significativo. Poco a poco, el teléfono público fue cayendo en el olvido. La mayoría de esos aparatos fueron desmantelados, vandalizados o simplemente destruidos por el abandono y el progreso. Todavía quedan unos pocos fantasmas de metal, mudos testigos del pasado, esparcidos por ciudades como Valencia, estado Carabobo. Ya no funcionan, se oxidan en soledad, convertidos en meras curiosidades para turistas o nostálgicos, especialmente visibles en el casco histórico del centro.

Voces en la Noche: Testimonios Inquietantes

Sin embargo, existen testimonios escalofriantes de personas que afirman algo insólito: esos teléfonos públicos olvidados, en la quietud de la medianoche, comienzan repentinamente a sonar. El timbre agudo y persistente rompe el silencio como si alguien, desde una lejanía intangible, tratara desesperadamente de comunicarse a través del velo que separa los mundos.

El primer relato conocido ocurrió en 2014. Dos jovencitas aguardaban que las recogieran cerca del Teatro Municipal, después de un concierto. Al ver que se hacía tarde y la espera se prolongaba, ambas decidieron caminar hacia la avenida Bolívar en busca de un taxi. Mientras avanzaban por el casco histórico, sumido en una profunda soledad a esas horas, el estridente repique de un viejo teléfono público las sobresaltó. El sonido metálico contrastaba brutalmente con el vacío de la calle desierta. Una de las chicas, con un ánimo más bromista o impulsivo, le dijo a su compañera: «¡Lo voy a atender!». Su amiga, aterrada, replicó: «¡¿Qué?! ¡Estás loca! ¡Vámonos!». Pero la joven, desafiando el miedo, ya había descolgado el pesado auricular. «¿Aló?», preguntó. Del otro lado, primero solo hubo un silencio denso, cargado de estática. Luego, una voz lejana, ronca y quebrada, susurró: «Estoy muerto… mi nombre es…». La llamada se cortó abruptamente. Las jóvenes, palidecidas, corrieron aterradas. Aunque intentaron convencerse de que era una broma macabra, la experiencia las dejó profundamente perturbadas, marcando su regreso a casa bajo el manto de la noche.

El segundo relato pertenece al señor Elio Jesús Bravo, conocido cariñosamente como «Cochinito». Él regentaba un pequeño negocio de comida en la avenida Lisandro Alvarado, donde se vendían empanadas, jugos y café. En una pared del local, casi como una reliquia, colgaba un viejo teléfono público. Estaba allí desde los primeros dueños, y cuando Cochinito compró el sitio e hizo remodelaciones, decidió conservarlo como un objeto curioso, una pieza de museo para clientes que quizás nunca habían visto un teléfono que no cupiera en el bolsillo. Según su propio testimonio, un día, sin previo aviso, el viejo aparato cobró vida con su timbre estridente. A Elio le sorprendió que aún funcionara, pero movido por un instinto natural, casi sin pensarlo, descolgó. Del otro lado, una voz débil, como llegando desde un abismo, preguntó: «¿Aló?». Elio sintió un escalofrío que le recorrió la espalda. Reconoció esa voz al instante: era la de su hijo, fallecido años atrás en un trágico accidente automovilístico. «¡Hijo!», quiso gritar Cochinito, con la garganta anudada y las lágrimas nublando su vista. Pero antes de que pudiera articular palabra alguna, la línea se cortó. Desde aquel día, Elio pasaba largos ratos mirando fijamente el teléfono silencioso, su corazón lleno de una esperanza dolorosa, aguardando en vano que aquella llamada espectral se repitiera.

El tercer y último testimonio de esta tríada ocurrió en la avenida Cedeño, una avenida donde aún se pueden ver varios de estos artefactos telefónicos, sorprendentemente en relativo buen estado pese al abandono. Una noche, uno de ellos empezó a sonar con insistencia. Juan González, el vigilante nocturno de un local comercial cercano, escuchó el repiqueteo. Para él, el sonido evocaba una mezcla extraña de nostalgia por tiempos pasados y un terror instintivo. El timbre no cesaba, perforando la quietud de la madrugada. Finalmente, Juan, impulsado por una curiosidad más fuerte que el miedo o quizás por una sensación de deber, salió de su puesto y se acercó al teléfono. Tomó el auricular con mano temblorosa y murmuró un «¿Aló?». Del otro lado no hubo saludos. Solo se escuchaban unos sollozos profundos, desgarradores. Luego, entre gemidos, una voz masculina y cargada de angustia susurró: «Me arrepiento… me arrepiento de haberme quitado la vida…». Un miedo glacial, como un río de hielo, recorrió el cuerpo de Juan de pies a cabeza. Sin mediar palabra, colgó el auricular con fuerza y retrocedió rápidamente hacia la seguridad de su local, sintiendo que la oscuridad de la calle lo observaba.

¿Realidad o Leyenda Urbana? Los Orígenes Siniestros de la Comunicación

Seguramente, muchos lectores, al conocer estos tres relatos, se estarán preguntando: «¿Será verdad esto que estoy leyendo? ¿Es posible?». Más allá de la veracidad de cada anécdota, hay un trasfondo histórico inquietante que pocos conocen y que ustedes mismos, queridos lectores, pueden investigar.

Todo comenzó mucho antes de los teléfonos públicos. En 1854, el inventor italiano **Antonio Meucci** creó un prototipo primitivo de lo que sería el primer paso hacia la comunicación a distancia. Lo que la mayoría ignora es que su intención original, su anhelo más profundo, no era hablar con los vivos, sino establecer contacto con los muertos, con su esposa enferma a la que anhelaba escuchar más allá de la tumba. Alexander Graham Bell, el hombre que finalmente patentó el teléfono en 1876 y cuyo nombre se asocia universalmente con el invento, también estaba profundamente convencido de la posibilidad de comunicarse con el más allá. La pérdida de sus dos hermanos jóvenes por tuberculosis lo marcó y alimentó esa obsesión metafísica. Otro gigante de la invención, Thomas Alva Edison, el «Mago de Menlo Park», insistía públicamente en que era posible hablar con los fallecidos. Incluso, en los últimos años de su vida, trabajó febrilmente en un invento específico para este fin: el «Teléfono de los Espíritus» o «Necrófono». Un dispositivo que, según sus notas, captaría la «vida dispersa» de los difuntos y la traduciría a sonido. Este invento, rodeado de máximo secreto, jamás vio la luz pública o fue demostrado, alimentando aún más el misterio.

El Futuro Digital del Más Allá

Hoy en día, en un mundo dominado por una tecnología avanzada que hubiera parecido magia pura a Meucci, Bell o Edison, resurge el antiguo anhelo bajo nuevas formas. Ya hay noticias y proyectos en desarrollo que prometen, «en cualquier momento», permitirnos «comunicarnos» con nuestros difuntos. Empresas ofrecen programas de inteligencia artificial que, alimentados con fotos, videos y grabaciones de voz del fallecido, crean un «avatar» digital capaz de simular su voz, su rostro y hasta su forma de expresarse. Sin embargo, esta tecnología, aunque técnicamente impresionante, se acerca más a un espectáculo tecnológico, a un elaborado homenaje digital, que a un contacto auténtico con el misterio del más allá. Es una simulación, un eco programado, carente del aura de lo inexplicable que rodea a los testimonios de Valencia.

Mientras tanto, en las madrugadas más profundas de las calles de la ciudad , especialmente en sus rincones históricos y solitarios, es posible que el timbre fantasmagórico de los últimos teléfonos públicos supervivientes siga sonando. Son campanadas desde el olvido, recordatorios de una tecnología que unió al mundo de los vivos y que, quizás por un defecto de fabricación, un capricho del tiempo o algo mucho más profundo, mantiene abierta una rendija hacia lo desconocido. Si en algún momento, querido lector, pasas frente a uno de estos relicarios de metal y plástico, y de repente comienza a sonar con esa campana insistente y anacrónica, te ofrezco un consejo sincero: No lo atiendas. Es posible que lo que escuches al otro lado de la línea, esa voz que no debería existir, sea algo que marque tu vida, y tus noches, para siempre.

LEYENDA-1- Con la llegada masiva de los celulares, estos aparatos, otrora imprescindibles, se fueron transformando en recuerdos difusos con el paso del tiempo

LEYENDA-2-Sin embargo, existen testimonios escalofriantes de personas que afirman algo insólito: esos teléfonos públicos olvidados, en la quietud de la medianoche, comienzan repentinamente a sonar.

LEYENDA-3-Thomas Alva Edison, el «Mago de Menlo Park», insistía públicamente en que era posible hablar con los fallecidos. Incluso, en los últimos años de su vida, trabajó febrilmente en un invento específico para este fin: el «Teléfono de los Espíritus» o «Necrófono»

 

 

TUFLASHNEWS

Otras Noticias

Noticias de ActualidadNoticias MundoNoticias en ColombiaNoticias de Moda

Más Leídas