¡Dejen entrar las vacunas!

Por Carlos Ñáñez R

Venezuela y su extraña relación con marzo, nos recuerda la frase extendida sobre la republica romana, los “idus de marzo”. Estas fechas parecen marcar el pulso de la gravedad de una situación absolutamente innominada que veníamos atravesando como colectivo desde antes de que la pandemia homicida decidiera instalarse en estas atormentadas latitudes, la fatídica fecha llegó y el sistema de salud inexistente se encontró de frente con el crecimiento exponencial de una carga de viralidad que fue imprudentemente manejada, por decir lo menos. La expansión de esta segunda ola de contagios nos está facturando los excesos permitidos, avalados y propuestos por un régimen que en su afán de controlarlo todo decidió que también podía controlar los contagios de una pandemia como la COVID-19, es así como desde los 7×7, se pasó al levantamiento obsceno del confinamiento durante los meses de diciembre 2020, y en plenos carnavales.

Bajo el neologismo de la “nueva normalidad”, se impuso esta instrumentalización de la pandemia, primero bajo los aviesos planes de lograr rentabilidad política en la farsa electoral del seis de diciembre, y en febrero bajo una justificación propia de Jean Baudillard, dar con el relato o la dialéctica del mal, estas flexibilizaciones, sobre todo la de los carnavales, fueron la estocada final para conseguir acortar los lapsos propios de la eclosión de la expansión o pico del contagio, con la realidad de una infraestructura desmantelada en materia asistencial y una población vapuleada, molida y desnutrida, quien sería receptora del virus desde la cantidad de enfermedades de base, que exhiben ocho de cada diez hogares en Venezuela, con una situación de hambruna del 87% de la población no era de extrañar que las flexibilizaciones conferidas desde el gobierno, generasen el cuadro dantesco que hoy presentamos, la yuxtaposición entre el tratamiento irresponsable de la crisis epidemiológica y el caos social impuesto por este régimen al país se combinan para producir este caldo de cultivo terrible para la supervivencia.

En Venezuela, con un 97% de pobreza de ingreso y 80% de pobreza extrema, no es de extrañar que a diario se trascurra por el cálculo de salir a contagiarse y comer, pero no es menos cierto que también la indolencia mezclada con irresponsabilidad y falencia de ciudadanía desde un régimen que hacía laxa y nimia a una pandemia que ha colocado al mundo contra las cuerdas, se obtuviera un resultado diferente al que hoy cruelmente presentamos.

Tenemos veintiún (21) largos días de aislamiento, en muchos casos simulados, pues la jerarquía del régimen puede disfrutar de bodas con ochocientos invitados en el Estado Anzoátegui y lo propio ocurría en el estado Carabobo y en toda la República, el pueblo de a pie, ese 80% de miserables que a diario subsistimos en estas calles de la afrenta, se sortea la vida, entre las fallas de unos servicios públicos inexistentes, pues el Estado sencillamente malbarató los recursos, como lo representa el caso de los 20 mil millones de dólares aprobados por la Asamblea Nacional oficialista a Chávez, para el arranque de las plantas termoeléctricas, de ese proyecto en 2005 sólo se evidencia la oscuridad y fallas eléctricas de las cuales somos víctimas todos. Así como las consecuencias en materia de suministro de agua potable, si es que a eso que fluye de vez en cuando por las tuberías se le puede llamar potable, esta falla en el suministro de agua destruye la prevención, es imposible garantizar la higiene del hogar, la higiene personal y el tan publicitado lavado de manos y distanciamiento social también resulta un eufemismo, quienes usan el casi nulo transporte público, que por cierto espera ansioso la digitalización de la moneda, tarea también imposible de lograr, se amontonan literalmente unos sobre otros con las mascarillas reusadas y vueltas a reusar, mascarillas mal colocadas para un colectivo sin referente, pues quien se encuentra en Miraflores, confunde de manera intencional, la barbilla con la pantorrilla, en un caso de irrespeto y desprecio por sus rehenes.

El signo de la crueldad de esta hegemonía es tan marcado, que la familia que nos tiraniza se inocula con la vacuna rusa, se filman y hacen bromas sobre el dolor del piquete mientras cientos de médicos fallecen en la última frontera de esta hecatombe, así lo demuestran los datos de Médicos Unidos de Venezuela:

El confinamiento, así como las medidas de prevención muy complejas de cumplir por la gran mayoría de la sociedad, son inútiles y dilatan una angustia que cada vez se torna en algo más semejante al terror. D acuerdo a las Academias de Medicina, y la amenazada Academia de Ciencias Físicas y Matemáticas, la medida más efectiva para lograr aplanar y controlar la curva de contagios es por medio de un plan sólido, robusto y estructurado de vacunación masiva de la población más vulnerable, esto parece no ser entendido por el régimen, que en su cariz totalitario politiza todo, establece diatribas inútiles en medio de la muerte y la pestilencia, la responsabilidad en buena parte de este drama reside en las flexibilizaciones de diciembre y la intensificación de la misma durante el carnaval, sin contar con criterios de carácter epidemiológico.

La ausencia de infraestructura sanitaria, las fallas en números de camas, acceso a las unidades de cuidados intensivos y la imposibilidad de la población para tener acceso a los medicamentos, han incidido en el aumento de la morbilidad y mortalidad en la población; existe una creciente intensidad en la propagación, la alta letalidad en el personal sanitario y en los enfermos demuestran la cronificación de esta pavorosa y anunciada realidad, la carga viral creció en medio de la negligencia criminal del régimen, ahora agravada por la negativa a dejar entrar las vacunas vengan de donde vengan y agenciadas por quien las haya agenciado. No puede residir tanta crueldad en medio de escenas pavorosas, como las viralizadas en redes sociales de la populosa parroquia Rafael Urdaneta, en donde los llantos desgarradores de los familiares acompañaban, la marcha impactante de un cadáver sacado de uno de los bloques de esta urbanización valenciana.

Es urgente el clamor a vacunar, se requiere con urgencia acelerara el plan de inoculación, paralelamente con el monitoreo continuo del virus y la mitigación de futuras olas de contagios; prevenir y evaluar la evolución genómica del virus, apoyado en un robusto plan de vacunación allanaría el camino para salir de la pandemia.

Es un clamor, una exigencia, obligar al régimen a aceptar la entrada de vacunas, de lo contrario serian cómplices de un delito que de manera eufemística podría encuadrarse dentro de la negligencia criminal, pero que constituye un genocidio, politizar este sensible tema es un ejercicio de crueldad inaceptable, de maldad absoluta y de demostración de desprecio por la vida, actúen señores del régimen en consecuencia con algún vestigio de humanidad que los separe de su rictus monstruoso y absolutamente desviado de la elemental alteridad y otredad que define los más precontractuales niveles de moralidad.

¡Dejen entran las vacunas!, no más muertes, ustedes no son una capa de favorecidos, el país no les pertenece, las vidas de los cientos de venezolanos fallecidos bajo el peso de esta pandemia no les deben de ser inocuas, la posibilidad de evitar una catástrofe masiva a nivel sanitario no puede resultarles nimia, ya ustedes cuentan con el récord de haber destruido al país, no midan fuerzas destructivas con una pandemia homicida, apelen a algún rastro de humanidad o sencillamente acepten la responsabilidad de sus perversiones.

Dejo como corolario este versículo de la Biblia, para intentar hacer florecer la humanidad y reprimir la maldad que campea en el país desde que el orgullo intentó suplantar a Dios, no basta con cuidarnos, necesitamos que nos permitan el acceso a las vacunas, basta de esterilidad y maldad, tengan al menos un gesto de humanidad elemental.

“Quien teme al Señor aborrece lo malo;
yo aborrezco el orgullo y la arrogancia,
la mala conducta y el lenguaje perverso”

Proverbios 8:1