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sábado, junio 22, 2024

José Tomás, Bill, Shylock, Porcia, Antonio y la chulería

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Harold Bloom en su tratado sobre Billy: Shakespeare: la invención de lo humano (1998), caracteriza El Mercader de Venecia de “primera comedia sombría”, y tanto lo es que pocas veces se siente comedia y no lo asumo para no incurrir en desplantes ignaros al juicio canónico. Por fortuna Bloom es autor también de El canon occidental (1995), pasaporte vigente para cruzar sin sobresaltos esa alcabala teórica. Veo en El Mercader… una comedia en el imaginario Belmont de Porcia y una tragedia de Shylock y Antonio en Venecia, que confluyen en el tribunal donde brilla la astucia de Porcia disfrazada de “joven doctor en leyes”. El fin de semana pasado, José Tomás Angola dirigió esa “primera comedia sombría” en el Centro Cultural Chacao. De J.T. Angola, todo lo que he leído y videado (“pequeño Alex” dixit) conforma una obra sólida, culta, contundente como un martillo sobre los dedos, tal vez porque nuestro amigo común, Sócrates, era un albañil, bien construido. Bassanio y Graciano son dos playboys arribistas, cazadores de fortunas, chulos y el primero mantiene con Antonio, depresivo y masoquista mercader marítimo, una relación de la más profunda intimidad imaginable. Bassanio le pide dinero para viajar suntuosamente a Belmont e impresionar a una heredera riquísima y bella, Porcia, que se licita para casarse, el braguetazo de oro, como demasiado cerca conozco. Antonio vive un nublado momento financiero, que se materializa más adelante por culpa del mar, el infortunio, ama a su amigo con generosa pasión imposible y se juega todo para que “sea feliz”.

Shylock, un judío rico del ghetto al que antes Antonio escupió y pateó por prestar con interés, le ofrece el dinero, solapada venganza, con la garantía de medio kilo carne de su cuerpo, su vida, si no paga en tres meses. Antonio toma el terrible trato porque confía estar solvente para el plazo, y su mejor amigo, Bassanio, lo celebra. No se recupera económicamente, y comienza el drama, porque Shylock exige su garantía. Venecia y Florencia eran potencias comerciales debido a la estricta seguridad jurídica, inflexibles en los contratos privados. Los judíos tenían vedadas las actividades productivas, la agricultura o la industria, y solo podían ser prestamistas, pero la Iglesia consideraba robo los intereses, como aún piensa el colectivismo contemporáneo. “No se sabe quién es el ladrón, el asaltante de un banco o el fundador”, dice Bertolt Brecht, obsesión gauchista contra la banca. La Iglesia prohibía el interés, pero según Celestina una cosa dice el cura y otra la cintura y para que la economía funcionara, había encubrimientos, “garantías de crédito”, muertas y vivas. Las de prenda muerta, mortgage, eran bienes inactivos, inmuebles o terrenos entregados para asegurar el pago del préstamo. Las vivas eran la cesión a plazo fijo de las ganancias de tierras en producción o inmuebles alquilados. Esos trucos los perfeccionaron los Médici en Florencia y multiplicaron la disponibilidad de capital para la acumulación, la industria, los negocios, la producción, las ganancias, la cultura y el arte. Cuando se habla del nuevo instrumental teórico para la compresión de la economía, pensamos en el siglo XVIII, Adam Smith, David Ricardo, Francois Quesnay y otros, pero ignoramos los verdaderos padres de la teoría economía moderna desde el XV al XVII.

El Renacimiento filosófico comienza en España, Salamanca, donde se desmedievaliza la filosofía, antes, por encima y más allá de franceses, holandeses y británicos y nacen las teorías política y económica modernas, cuando en Florencia estallan las artes. La campana franciscana contra el lucro, en favor de la pobreza, comer insectos y demás idioteces, la confrontan Francisco de Vitoria y otros dominicos de la Escuela de Salamanca: Tomás de Mercado, Martín de Azpilcueta, Domingo de Soto, Luis de Alcalá y los jesuitas Francisco Suárez, Luis de Molina, Juan de Mariana, Baltazar Gracián, Pedro de Ribadeneira y el agustino Fray Luis de León, aunque la leyenda negra habla del “oscurantismo” español”. De Salamanca surge la noción de soberanía popular mucho antes y mejor que en Rousseau. Explican que el aumento de precios no se debía a la avaricia, como pensaba la escolástica y aún hoy los colectivistas, sino por el exceso de circulante monetario, el ingreso de metales preciosos de las Indias y la edición de dinero inorgánico. Cobrar intereses no era pecado, sino una necesaria recuperación del costo del dinero, sobre todo en medios inflacionarios, no en clave moral sino científica. Luego de los descubrimientos salmantinos, la teoría económica se estanca durante siglos, e incluso retrocede con Marx, hasta la aparición de Hayek y Von Mises en el XX.

Conozco medianamente a Shakespeare, no veo en su obra un estereotipo de “el judío” tan rudo como en El Mercader… y solo algo parecido en El judío de Malta de Marlowe, aunque en ésta todos los beligerantes son crápulas por parejo, musulmanes cristianos y judíos, en democratización de la maldad. Bill deja para la posteridad una imagen impertérrita de ese pueblo, si juzgamos por el antisemitismo masivo, hoy en importantes universidades norteamericanas y europeas. Un calificado politólogo de origen hebreo, Steven Levitsky coautor de Como mueren las democracias (2018), que nos recuerda un trabajo casi homónimo de Jean Francois Revel, desestimó el genocidio en Gaza en El País de España (24 mayo 2024) y añado que la información sobre el tema viene corrompida porque proviene del gobierno de Hamas, autores del 7 de octubre y de un organismo de ONU que participó en esa monstruosidad. Pero cierra con un pensamiento líquido e inocente de Coca-Cola light, “hay que comprender” a los estudiantes. El odio fanático y desquiciado contra los judíos, fue-es global y aún hoy el progresismo no les concede derecho a vivir ni siquiera en los 20 mil Kms2 rodeados de 13 millones de Kms2 de musulmanes. Persecuciones y expulsiones soportaron de los visigodos, romanos, provenzales; de Al Andaluz, Parma, Génova, Cerdeña, Sicilia, Gales, Crimea, Silesia, Navarra, Milano, Portugal, Lituania, Brandemburgo, Austria, Túnez, Francia, Baviera, Orán, Estados Pontificios, Inglaterra, Rusia.

En Venecia recibieron un trato fluctuante, pero en los 1400, dos siglos antes de que se publicara El mercader… los expulsaron, aunque pudieron vivir en otras partes del Véneto y en el pueblo contiguo de Mestre, porque los excedentes que producían eran insustituibles. Luego volvieron a la ciudad, directo al ghetto hasta que Napoleón los liberó. La violencia religiosa, racial, llega hasta el siglo XIX, comienzo de la tolerancia religiosa. Al final de la obra, aplastado “el judío”, “los buenos” se concentran en Belmont, con sus cuotas variables de felicidad. La personalidad más destacada del grupo “del bien”, Porcia, bella, rica y con más talento que todos los demás, se conforma con su chulo, inferior, mediocre, mientras las otras dos amigas tienen parejas a su medida. El taciturno Antonio quien no es bisexual, dormirá solo porque perdió a su amante por amor, que jugaba en dos ligas, pero que ahora está en manos de Porcia, ya que, destino de un mantenido, come de su mano. La modesta cuota de alegría de Antonio consiste en que ahora es dueño de la fortuna “del judío”, cuya hija Jéssica, también lo robó para otro chulo, Lorenzo. El gran derrotado histórico, Shylock, pierde su hija, su dinero, religión y casi también la vida, aunque Bill Shakespeare nos hace pensar desde hace 400 años que fue lo justo. Un abrazo para José Tomás Angola y aplausos parados sobre el asiento, porque su trabajo demuestra una vez más que la voluntad creadora es invencible.

@CarlosRaulHer

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