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jueves, abril 18, 2024
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La lucha contra la corrupción

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La corrupción administrativa es una especie de cáncer que corroe a las más sólidas estructuras de la administración pública. También existe en la administración privada, de una forma diferente, pero con una misma intención: enriquecer al funcionario que toma las decisiones. Cuando ese funcionario tiene el poder de la fuerza, la corrupción se convierte en extorsión: no te dejo pasar la alcabala, a menos que me des dinero.

Hay una especie, muy conveniente para los corruptos, que pregona que tan deshonesto es el funcionario que pide dinero por una prebenda, como la persona que da el dinero por obtener ese privilegio. Esa tesis olvida lo que es la extorsión. En un soborno, existe una complicidad y una voluntad tácita para cometer un delito consensual. Tú me das un contrato para enriquecerme, y yo te doy una comisión por el favor recibido.


En la extorsión no hay voluntad compartida, ni complicidad, ni favor recibido; hay humillación. O me das, o no pasas. La fuerza está incluida en esta ecuación, y el que paga se convierte en víctima de un funcionario que tiene el poder para meterlo preso, o de un secretario de tribunal que no hace la diligencia si no le dan dinero, o de un juez que no sentencia si no recibe su cuota. Por eso, a largo plazo, esos extorsionadores terminan presos. Alguien, cansado de tanta humillación, los denuncia.

Pero analicemos los orígenes de la enfermedad, y no solamente los síntomas. ¿Por qué existe la corrupción? ¿Será porque todos los hombres somos malos por naturaleza, como predicaba Maquiavelo, y sólo el temor a la cárcel nos hace buenos? Si ese principio es válido, la impunidad lo destruye. Al ver que todo el mundo roba y no recibe castigo, entonces yo también robo porque sé que no me van a castigar a mí tampoco. La impunidad estimula la corrupción.

¿Será que todos los hombres somos buenos por naturaleza, y la sociedad nos convierte en ambiciosos y malos, como nos mostraba Jean – Jacques Rousseau con su “buen salvaje”? Es posible que la respuesta esté en un término medio. Probablemente, ni Maquiavelo ni Rousseau tenían toda la razón, pero algo de verdad hay en sus teorías.

Parece más preciso suponer que el origen de la corrupción humana, y de la injusticia, reside en la discrecionalidad que tenemos los hombres para decidir. Como forzosamente somos subjetivos, porque somos sujetos, todos cometemos errores de juicio. Pero si ellos vienen revestidos de mala fe, o de intenciones de provecho individual, esos errores se convierten en actos de injusticia, o de corrupción.

La lucha contra la corrupción debe atacar al fondo del problema y no solamente a la forma. El origen, que probablemente no lo podemos eliminar totalmente porque forma parte de la condición humana, se debe combatir atacando a la raíz y no a las ramas. Esa raíz es la discrecionalidad que tienen los funcionarios, públicos o privados, para tomar decisiones. Por supuesto, más daño hace un funcionario público errando en sus decisiones, que afectan a todos los ciudadanos y tocan dineros públicos, que un funcionario privado cuyas malas decisiones afectan a la empresa donde trabaja y a su entorno. Si una empresa privada se descompone por las malas decisiones de sus funcionarios, hecho lamentable, no tiene las mismas repercusiones que si se descompone PDVSA, por poner un ejemplo. Entonces, la verdadera lucha de fondo contra la corrupción pasa por eliminar la discrecionalidad de los funcionarios. “Donde hay un permiso, hay un guiso”, decía un buen amigo dirigente político.

¿Es difícil eliminar la discrecionalidad de los funcionarios? No, al contrario, es muy fácil. Pero para hacerlo, hay que tener voluntad. Hay que luchar contra el sistema, contra el mecanismo que muele la moral humana por medio del dinero mal habido. Si un líder justifica que se puede robar si sus hijos están pasando hambre, o que hay que dejar robar a los funcionarios porque ganan poco, entonces esa lucha está perdida antes de comenzar. Los valores básicos que nos permiten vivir en sociedad, se desmantelan con esos pensamientos tan acomodaticios. Por actitudes como esas, tenemos la mala fama de ser uno de los países más corruptos del mundo.

La clave de la verdadera lucha contra la corrupción administrativa está en cumplir, y hacer cumplir, normas que impidan decisiones subjetivas de los funcionarios públicos. La solución al problema no se consigue en un operativo especial y transitorio, como cuando montan alcabalas un par de días para combatir la delincuencia común. No está tampoco en venganzas personales o grupales, ni en cuotas de poder o pleitos territoriales como en la mafia, ni en un “quítate tú para ponerme yo”. Como los adecos y copeyanos lo hacían, ahora, que yo soy gobierno y tomo las decisiones, me toca a mí robar o dejar robar.

Un juez, que toma decisiones siguiendo los parámetros de una ley que él no redactó, y los compara con un expediente que él tampoco compuso, hecho por organismos policiales especializados, no debería tener mucho margen de discrecionalidad. Por lo menos en teoría. Pero mientras haya en Venezuela tantísimos jueces que deben su puesto a relaciones con amistades políticas, que se convierten en lazos de subordinación, no habrá justicia. Si el juez no hace lo que le ordena el amigo que le consiguió el puesto, lo botan. Ese es el ejemplo más visible del origen de la corrupción, aunque no haya dinero de por medio.

Un funcionario de fuerza pública en una alcabala, que se siente con el poder y la discrecionalidad de parar a cualquier ciudadano porque le dio la gana, es otro ejemplo perfecto del origen de la corrupción. Allí están dadas las condiciones ideales para convertirlo en un extorsionador. Rousseau como que tenía razón; el sistema de alcabalas convierte al hombre bueno en un corrupto. Si las alcabalas sirvieran para combatir la delincuencia, Venezuela sería el país más seguro del mundo, porque nuestras carreteras están inundadas de alcabalas.

Ojalá que nos demos cuenta de que para combatir la corrupción, se necesitan eliminar las barreras de la discrecionalidad que tienen los funcionarios públicos. Esa discrecionalidad constituye el origen de la enfermedad más perversa que pueden sufrir los países.

@montenegroalvaro

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