Leopoldo Puchi
En una situación mundial signada por tensiones y conflictos, y con una gestión de Donald Trump que arrancó con una política exterior agresiva, enfrentándose a países como Colombia, Panamá, Canadá, China y Dinamarca, resulta llamativo que haya optado por la diplomacia en su relación con Venezuela.
En este contexto, resalta que Richard Grenell, enviado especial del presidente de Estados Unidos, y Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, se hayan sentado a dialogar. Especialmente porque, durante su primer mandato, Washington dejó de lado las iniciativas de diálogo y redujo su política hacia Venezuela a sanciones económicas y amenazas de intervención militar.
DIÁLOGO
El encuentro demuestra que el diálogo sigue siendo un instrumento esencial, aunque cause incomodidad en algunos sectores del gobierno de Trump. Dialogar no implica ceder en todo, sino reconocer que, incluso entre adversarios, pueden encontrarse puntos de interés común. Precisamente ahí reside su fuerza.
Como bien señaló el propio Grenell en su entrevista con Megyn Kelly, este encuentro no representa una muestra de debilidad ni para Trump ni para Maduro. Más bien, refleja algo que es más efectivo: el poder que tiene el diálogo para abrir puertas y crear nuevas dinámicas. “Lo que he aprendido es que hay que presentarse… y hablar”, dijo Grenell. Es conversar, mirarse, intercambiar puntos de vista y exponer aspiraciones, quejas y deseos.
MARCO RUBIO
Una posición diferente es la de Marco Rubio, actual secretario de Estado, quien ha calificado a los gobiernos de Venezuela, Cuba y Nicaragua como «enemigos de la humanidad”. El planteamiento de Rubio no es el de la diplomacia, al contrario, es de confrontación directa. Rubio aboga por sanciones y medidas de intervención para lograr la reinserción de Venezuela a la órbita estadounidense. En sus declaraciones, ha afirmado que Estados Unidos tiene «muchas opciones para infligir un daño grave», aunque no ha detallado estas opciones.
MENOS INFLUYENTE
A primera vista, la designación de Marco Rubio como secretario de Estado podría representar un camino más agresivo en la política exterior de Estados Unidos, especialmente hacia Venezuela. Sin embargo, diversas fuentes apuntan a que, en lo que es el gobierno de Trump, el título de secretario de Estado ya no es lo que era antes. Esto obedecería a la desconfianza de Trump hacia el Departamento de Estado y a que prefiere manejar la diplomacia a través de una red de «enviados especiales» y asesores personales.
De acuerdo con analistas como Stephen Kinzer, Rubio se encuentra en una posición de influencia mucho más disminuida de lo que su cargo podría indicar. Mientras figuras como Richard Grenell tienen acceso directo a la Casa Blanca para manejar las misiones más importantes, Rubio tendrá que competir por la atención del presidente y, en muchos casos, se verá relegado de los sitios donde realmente se toman las decisiones. En otras palabras, aunque sus opiniones puedan ser estridentes, su capacidad para moldear la política exterior estadounidense estaría limitada.
USAID
La designación de Marco Rubio como encargado de Usaid puede interpretarse de dos maneras. Por un lado, dada su beligerancia y rechazo de las vías diplomáticas, Rubio podría intentar utilizar esta agencia para impulsar una política de intervención en Venezuela y presionar a distintos gobiernos con ese fin.
Sin embargo, el hecho de asumir esta responsabilidad lo obliga a actuar con más cautela, ya que se encuentra bajo el escrutinio tanto interno como internacional, y no puede permitirse el uso indebido de los fondos. Además, su nombramiento podría limitar su capacidad para respaldar a sectores de la oposición venezolana involucrados en prácticas corruptas con los fondos de esa agencia. Dado que Elon Musk ha calificado a Usaid como una «agencia corrupta» y “criminal”, Rubio estará bajo observación constante para demostrar un manejo transparente de los recursos y evitar favorecer a actores vinculados a la corrupción.
¿TRANSITORIOS?
Aunque existen señales positivas, como la reciente reunión entre el enviado especial de Trump y Nicolás Maduro, la renovación de la licencia de Chevron, la reactivación de los acuerdos de deportación firmados durante la administración Biden y la cooperación en la lucha contra el crimen organizado, no se puede pasar por alto que Venezuela se encuentra en un contexto global de gran peligro con la llegada de Trump a la Casa Blanca.
Los acuerdos alcanzados pueden resultar transitorios, ya que el carácter impredecible de Trump podría provocar un viraje abrupto en la política diplomática adoptada hasta ahora. Su poderío sin control, junto a su visión supremacista, obliga a Venezuela a considerar diversos escenarios, anticipar cambios repentinos y ajustar su política, tanto en el plano interno como en sus relaciones internacionales, para hacer frente a una eventual nueva situación que podría amenazar la seguridad del país.