Leopoldo Puchi
Cuando se examina la actual coyuntura política venezolana en relación con la crisis de 2018-2019, pueden observarse algunas similitudes. Ambos períodos se caracterizan por denuncias de fraude electoral y la presión ejercida por Estados Unidos. En 2019, Nicolás Maduro inició su segundo mandato y Juan Guaidó, entonces presidente de la Asamblea Nacional, se autoproclamó “presidente interino”. Ahora, en 2024, Nicolás Maduro se prepara para juramentarse nuevamente el 10 de enero, y Washington, como en la ocasión anterior, podría estar evaluando la creación de otro gobierno paralelo. Sin embargo, una diferencia importante radica en la estrategia del gobierno de Maduro para enfrentar la situación. En 2019, frente a la irrupción de Guaidó y el reconocimiento internacional que recibió, Maduro optó por un enfoque de desgaste lento, que dejaba que el impulso de Guaidó se desvaneciera con el tiempo. Esta vez, el panorama es distinto: Maduro no luce dispuesto a admitir un segundo interinato o una repetición del caos diplomático.
DESGASTE
En 2019, el gobierno de Maduro enfrentó la situación creada por el ‘gobierno interino’ de Guaidó con una estrategia de desgaste pasivo, contención estratégica y control institucional. En lugar de optar por una estrategia de confrontación abierta que hubiera fortalecido al interinato, Maduro apostó a que la falta de resultados tangibles socavara gradualmente los respaldos. En el marco de esta estrategia, Maduro no actuó con la mano dura que podía esperarse. En vez de reprimir directamente la acción insurgente del ‘gobierno’ paralelo, dejó que Guaidó se agotara por sí mismo. Ni Guaidó ni los principales
líderes del ‘gobierno interino’ fueron encarcelados y se les permitió seguir operando, aunque bajo vigilancia y con limitaciones. Guaidó pudo organizar mítines, recorrer el país, realizar viajes internacionales y regresar. Sin embargo, con el tiempo, se fue desmoronando el respaldo de sus seguidores, ya que, a pesar del apoyo internacional, no lograba conquistar el poder.
INTERNACIONAL
En el plano internacional, Maduro mantuvo abiertos los canales diplomáticos, especialmente con Europa y varios países latinoamericanos, aunque muchos de ellos reconocían a Juan Guaidó como presidente de Venezuela. Los embajadores de estos países continuaron operando en el país con sus inmunidades y prerrogativas intactas, a pesar de no reconocer oficialmente a Maduro. Esta estrategia de tolerancia controlada permitió evitar una ruptura total de relaciones, mientras Maduro esperaba que el frente diplomático en su contra perdiera fuerza y se erosionara debido a la falta de resultados concretos.
NUEVA ESTRATEGIA
La idea de que Washington y Bruselas impulsen un nuevo gobierno paralelo en Venezuela para 2025 puede resultar atractiva en ciertos círculos. Pero el Gobierno ha dejado claro que esta vez no habrá espacio para las concesiones o la contención, ni en el frente interno ni en el internacional. Todo indica que ya no se esperará a que el adversario se desgaste, sino que se adelantarán acciones para evitar que un gobierno paralelo tome forma y una nueva crisis prolongada debilite su posición.
A partir de estas consideraciones, el Gobierno ha adoptado una estrategia de apaciguamiento y control que no estuvo presente en 2019. Ahora, el objetivo es evitar una nueva ola de disturbios y violencia, como los episodios de 2017. Además, Maduro ha reiterado que no permitirá el desconocimiento de los resultados proclamados por el CNE a través de actos de desobediencia que puedan poner en peligro la estabilidad política.
EMBAJADAS
Nicolás Maduro ha dejado claro que su estrategia en el plano internacional no será la misma que en 2019. Esta vez no parece que habrá espacio para políticas de desgaste y contención. En lugar de tolerar la permanencia de embajadas que reconozcan un gobierno paralelo, como lo hizo en 2019, la advertencia es clara: cualquier país que apoye un “segundo Guaidó”; enfrentará la retirada inmediata de las representaciones diplomáticas.
Esta política luce más viable ahora, dada la transformación del escenario internacional. La guerra en Ucrania, el conflicto en Gaza y Líbano y una América Latina más fragmentada han modificado las dinámicas globales. Actores como Colombia y Brasil han tomado posiciones más pragmáticas, mientras Estados Unidos no ha podido articular un frente unificado sobre Venezuela. En lugar de desgaste, Maduro parece estar preparando el terreno para una eventual confrontación.