Carlos Raúl Hernández
Venezuela, política y petróleo, de los cinco libros cardinales en y de la historia del país, coloca al autor, Rómulo Betancourt (1908) en la cumbre de las ideas, no a un académico, sino al máximo líder político iberoamericano del siglo XX, el Neo de varias generaciones, frente a fantasmas autoritarios: Cárdenas, Villa, Vargas, Goulart, Perón, Evita, Castro, Guevara, Torrijos. A los 23 años (1931) moderniza el debate en pleno gomecismo con el Plan de Barranquilla, aferrado al país real, un imposible para los prosoviéticos de la Internacional que responden meses después con el Manifiesto Comunista y se dedican sin descanso a deshacer lo que él hizo. Es el arquetipo del liderazgo colectivo moderno que construyó la democracia contra el caudillismo, y nos permite medir en qué medida aquel se fue degradando como un derrelicto. Aglutina los mejores de su época:
Jóvito Villalba, Raúl Leoni, Luis Beltrán Prieto, Gonzalo Barrios, Andrés Eloy Blanco, Rómulo Gallegos. Rechaza el caudillismo, los clubes políticos, cenáculos de discusión sin relaciones orgánicas con la gente, que llama “asexuados”; las amplias y desordenadas ligas comunistas europeas del siglo XIX y asume el centralismo democrático leniniano para la clandestinidad, aunque sin “las tontas tonterías” del obrerismo comunista. Diseña y establece el sistema pluralista de partidos, primero el PDN (1936) y luego la organización del siglo XX, Acción Democrática (1941) de la que derivan Copei y URD.
Teóricos y prácticos, él y su equipo son constructores, propagandistas, estrategas, ideólogos, escritores, polemistas de acción política integral, profunda que comparada con los “demócratas” de hoy, somos el país que cambió su madre por un equino. En su Packard, Betancourt recorre el país y construye un bloque social abierto de obreros, campesinos, estudiantes, empresarios, el “policlasismo”. Concibe el modelo democrático y lo realiza en el Pacto de Punto Fijo (1958), cadena de acuerdos múltiples para la vida civilizada; cuarenta años de paz y modernización, Estado de Derecho, hegemonía civil, y la constitución (1961) inspirada en la socialdemocracia moderna que asesoran pensadores exilados antifranquistas. Como presidente tiene que defender su creación de enemigos armados, porque desde 1960 la matrix de la revolución cubana amenazaba desde México a la Argentina y él la para en seco. El embrujo de Fidel Castro divide los partidos democráticos, los jóvenes sacrifican sus vidas en insurrecciones de izquierda tras un espejismo, la derecha quiere el pasado y ambas habrían enterrado la democracia al nacer, si Betancourt no fuera jefe de Estado y de AD (59 al 64).
Su segundo gobierno (59/64) y el de Leoni (64/69), convierten Venezuela en el país más moderno de Iberoamérica con la unidad nacional en torno a la “teoría del desarrollo” de los organismos internacionales, creada por Seymour Lipset, Walt Rostow, Raúl Prebisch, Gabriel Almond, Gino Germani, Helio Jaguaribe: desarrollo industrial, democratización educativa, reforma agraria, inversión masiva en infraestructura. Su pétrea solidez moral y estratégica, capacidad organizativa, confluyen con la agudeza política de Gonzalo Barrios, genio para ver lo invisible en la oscuridad, precaver contingencias, un excepcional pensador praxístico. Juntos derrotan las guerrillas del PCV y el MIR manejados por Cuba. Betancourt se hace símbolo: democracia venezolana vs comunismo cubano o dictadura de derecha y la guerrilla se estrelló contra la “la única manera de vivir decentemente”. Según contaba Ramón J. Velásquez, cada vez que había alguna conspiración, Betancourt convocaba al alto mando militar a comer y beber, elegantemente detenidos hasta que el golpe se develara y prohibía la entrada de los ministros a Miraflores “para evitar chismes”. Eso lo podía hacer por su inigualable autoridad moral, política e intelectual.
Superó 22 conspiraciones y una insurrección armada, mientras a partir de 1990 los cabecillas se autoliquidaron en levantamientos imaginarios. Desaparecido Betancourt (1981), Barrios comanda la guardia colectiva del sistema. El el Viernes Negro de 1983 el último año de gobierno de Luis Herrera, suenan las alarmas porque el modelo económico agotado requería un gran viraje, que intentará Pérez desde 1989. La medianía del “relevo democrático” y los usufructuarios del autoritarismo ido, lo anateman, inicia la debacle, naufragan el cambio y tornan “puntofijismo” en palabra maldita. La crisis comienza con el caracazo del 27-28F/1989, día que Barrios hizo la única intervención decente en un parlamento confundido por la arenga pueril de Rafael Caldera que “comprende” a los saqueadores y considera egoísta a la gente de trabajo que repudia el vandalismo y no salió a la calle. Tres años después, el 4F/1992, en sesión dramática del congreso, de nuevo Barrios interviene racionalmente contra las insensateces de Caldera. Sus dos discursos, el 27-28F y el 4F, serán las bases ideológicas del caos, del catastrófico “liderazgo de relevo” de los partidos, “los notables”, la izquierda iliberal, la derecha antipartido, grupos de empresarios, intelectuales y periodistas. La muerte en 1993 de Barrios, desencadenó el drama. El anti-caudillo volteriano que conducía la compleja maquinaria humana de la democracia, deja el país en manos de políticos sin incapacidad para entender y actuar en la crisis.
En Colombia, Uruguay, Chile, Perú o Brasil, la medianía emergente y el odio no sabotearon el cambio, la descentralización, las reformas económicas, del Estado y del municipio. Nosotros perdimos el capitán y su tripulación dotada, heredados por un puñado de políticos y cabecillas parlamentarios que crean el caos: destituyen a Pérez por “la partida secreta” y el “neoliberalismo, celestinean fraudes de Gonzalo Rodríguez Corro y Cecilia Sosa en la Corte Suprema. entender que haya salido de mentes standard, pero los herederos de los herederos completan la era de la burrada, que no pudo ganarle al gobierno, aunque contaba con todas las oportunidades. Recuerdan a Iván Denisovich, el tragicómico personaje de Solzhenitsyn, un preso siberiano dedicado con pasión a construir la cárcel donde lo sepultarían en vida. Hoy fantasmas cabizbajos de varias generaciones mascullan su fracaso y denigran de quienes los alertan inútilmente contra sí mismos. Nunca una oposición trabajó más afanosamente a favor del gobierno, creyendo lo contrario. Hará falta cambiar diametralmente el paradigma opositor, para no esperar 25 años más.