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Carlos Raúl Hernández
- El narrador de La Ilíada comienza con la muerte masiva de los griegos en el asedio a Troya… “peste, cólera”, las flechas de Apolo, pero escenarios posibles nos ponen a escoger una de las dos, según tocó a los norteamericanos. Conforme la peste -o cólera- de fantochadas que devoran la política mundial, el nuevo “jefe” de OTAN, Mark Rutte, amenaza con “echar a patadas” a Trump, sin percatarse que sin él no tendrá siquiera zapatos para caminar, no digamos para patear. Trump salió de la Casa Blanca como de un incendio, se le daba por muerto y su recuperación política es cinematográfica. En 2020 Biden obtuvo 81 millones de votos (306 compromisarios en el colegio electoral) y Trump 74.2 millones (232 en el colegio). Ahora, en 2024, Trump aumenta 600 mil, a 74.8 millones (312 colegio electoral) gana por primera vez y ampliamente una elección popular y Harris pierde 10 millones al obtener 71. 24 (226 colegio electoral). Aplasta al aparato comunicacional norteamericano y al sistema político.
- Como dice Edith Piaf, el pasado “c’est payé, balayé, oublié”: golpe de Estado en 2020, segundo en EE. UU desde Roosevelt; asalto el 6E21 al congreso con una turba, historial de acosador sexual, decenas de acusaciones judiciales contra él, desastroso gobierno de Biden, y no menos, la candidata. Las encuestas informan los puntos de su discurso que le ganaron apoyo popular: economía, inmigración, guerra. Se demuestra que en los EE. UU también se vende un caudillo tercermundista, especialmente cuando sus contendores son tan malos. Cabalga sobre la reacción contra el wokismo, la pederastia de drag queens frente a los colegios, hombres disfrazados que aplastan en el ring a mujeres, mientras otros pretenden hacer despedir a una cajera porque no dijo “señora” a un barbudo. Desde su comienzo el 24F22, llamé la guerra OTAN-Rusia “la más estúpida del mundo” porque Biden iba a una ruda derrota para occidente, lo que hizo a un descerebrado bisonte sureño, embutido alemán-alzheimer, llamarme “putinista”, la elaboración mental más profunda que le he visto en su vida.
- Trump le ganó a esa guerra, cuyos “éxitos” propiciaron una alianza estratégica entre China y Rusia, contra un eje de la política exterior de EE. UU en 70 años desde Kennan y Kissinger. Dio chance a Putin de pasarse por el bigote a OTAN, hacerla un tigre de papel y convertir su país en gran potencia militar emergente, y a él mismo, “figura regional” según Obama, en un líder del mundo. Con la desquiciada acción contra el Nord Stream, Rusia deviene también superpotencia energética, su economía crece con brío, mientras Arabia Saudita marca distancia con EE. UU. Otro efecto contrario o “perverso” para el occidente náufrago es que China, objetivo verdadero de EE. UU en la guerra, se fortalece con la evidencia de que podría ocupar Taiwán sin temer implicaciones nucleares. La oligofrénica guerra deja desmembrado al trompo servidor, Ucrania, depaupera y desindustrializa a Alemania y Europa, da beligerancia a los olvidados BRICS y debilita al dólar. Esta es la hazaña que Rand Corporation recomendó a Biden, aunque seis meses después le aconsejó que se retirara corriendo, solo que ya se había lanzado a la piscina vacía y las reformulaciones en los campos de batalla no son como las académicas.
- Dos acontecimientos inician la caída precoz de Biden en las encuestas: el retiro caótico de Afganistán, que dejó al país en manos de los talibanes y el aumento de los precios de los combustibles. Trump derrota primero y dramáticamente a su ego y busca el apoyo de avezados estrategas, Chris LaCivita y Susie Wiles, la que trazó la estrategia para hacer de Florida un reducto republicano, prácticamente instalados en Mar-a-Lago. Se suelen identificar paleo conservadores, conservadores inerciales, liberal-conservadores. Trump es paleo conservador, un reaccionario, lo que no implica juicio de valor, sino una posición política, social y económica. Es antipolítico, caudillista, iliberal, desprecia las instituciones, la democracia, los partidos y los políticos; es nacionalista, proteccionista, hostil a la globalización, al libre comercio, una especie de Perón. Y pareciera dirigirse a descalabrar la economía mundial, empezando por la norteamericana a base de teorías anacrónicas, si no lo encausa Elon Musk, la figura más inteligente, moderna y poderosa de su entorno.
- Preocupación especial merece el vicepresidente James David Vance, joven (40) y también inexperto, abogado y ex marine a quien apenas dos años atrás Trump hizo senador por Ohio. Autor de un best-seller Hillbilly Elegy llevado al cine, viene muy influido por ideólogos extravagantes y autoritarios, que rechazan la tecnología, la globalización, la democracia, la modernización, el cambio acelerado que traen, por un tradicionalismo parroquial, localista y el comunitarismo religioso. Es un intento insólito de regresar al pasado, a una especie de neo teocracia, como propone uno de sus inspiradores, Patrick Deneen. Otro es Curtius Yarvin, un bloguero y escritor militante del movimiento antimoderno “La ilustración oscura”, que plantea el fracaso rotundo de la democracia y la necesidad de una especie de monarquía absoluta o de tecnólogos en EE. UU. Defensor de la esclavitud, de la superioridad genética de los blancos, está cercanamente vinculado a Steve Bannon, ideólogo trumpista, exreo por estafa, por robar información de los usuarios de Facebook y por la toma del capitolio de EE. UU.
- También un francés desaparecido, René Giraud, pensador desconcertante que se sumerge en razonamientos enmarañados y sale con obviedades inocuas, por no decir tonterías, ofrece traernos oro y saca un cascajo. Es notorio que los conservadores se integran (¿desintegran?) en un engrudo que no pega entre sí, salvo por el rechazo al wokismo. Milei, autodefinido anarcocapitalista, actúa para desmontar el aparato de Estado, liberar los intercambios comerciales, la actividad económica y liquidar los políticos. Trump, al contrario, es un intervencionista a la antigua, cuyo fin es interferir con aranceles el comercio internacional, restringir la globalización, enfrentar a China, epicentro global de la economía de mercado y fortalecer el capitalismo de Estado rooseveltiano, aunque debilite a EE. UU ¿En cuál de estos mecanismos entraría Santiago Abascal, aunque lo único específico de Vox es su oposición estilo venezolano a Pedro Sánchez, sin resultados hasta ahora, también estilo venezolano? Víctor Orban, estadista poco estridente, no tiene nada que ver con los otros, ni la sensata Meloni, pese a sus declaraciones de amistad con Vox. Por este lado, donde nadie aprende nada, deberían entender que Trump aprendió su lección de 2019: solo se tumba un gobierno si invades o hay un golpe de Estado, y no se puede hacer eso; caso distinto cuando los presidentes salen corriendo. Es demasiado improbable que Trump continúe con aquello que Guaidó llamaba “máxima presión”, el Grupo de Lima, los 59.5 países (casi 60). Para un nuevo juego debe entrenarse la oposición