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Soñaba con escapar de Gaza. El mundo lo vio morir

Era el hijo del que presumía su madre: de niño memorizó todo el Corán y llegó a ser el primero de su clase en la universidad. Quería ser médico. Pero, sobre todo, Shaaban al Dalou soñaba con escapar.

Desde que Israel lanzó su devastadora represalia por el ataque dirigido por Hamás hace poco más de un año, al Dalou estuvo escribiendo apasionadas súplicas en redes sociales y publicando videos desde la pequeña tienda de campaña de plástico de su familia. Incluso lanzó una página de GoFundMe pidiendo ayuda al mundo para poder salir de la Franja de Gaza.

En vez de eso, el mundo lo vio morir calcinado.

Al Dalou, de 19 años, fue identificado por su familia como el joven que agitaba los brazos indefenso, envuelto en llamas, en un video que se ha convertido en un símbolo de los horrores de la guerra para los gazatíes, atrapados en su enclave bloqueado ante la mirada de la comunidad internacional.

El 14 de octubre, Israel dijo que había llevado a cabo un “ataque de precisión” contra un centro de mando de Hamás que operaba cerca del Hospital de los Mártires de Al Aqsa, en Deir al Balah, ciudad costera del centro de Gaza. Decenas de familias como los Dalou, obligadas a huir de sus hogares, habían montado tiendas de campaña en un estacionamiento dentro de las instalaciones del hospital. Esperaban que las leyes internacionales que prohíben la mayoría de los ataques contra instalaciones médicas garantizaran su seguridad.

El ejército israelí dijo que el incendio que inició después probablemente había sido causado por “explosiones secundarias”, sin especificar lo que eso significaba. Añadió que “el incidente está siendo analizado”.

Mientras el fuego consumía la tienda de la familia Dalou, el padre, Ahmed, regresó corriendo al interior. Sacó a su hijo pequeño, y luego a sus dos hijas mayores, para ponerlos a salvo. Cuando regresó, ya era demasiado tarde para su hijo mayor.

“Podía verlo, sentado ahí. Levantaba el dedo y rezaba”, dijo, refiriéndose a la shahada musulmana, un credo de fe que se recita al nacer y al morir. “Le grité: ‘¡Shaaban, perdóname, hijo! ¡Perdóname! No puedo hacer nada’”.

Al Dalou murió un día antes de cumplir 20 años. El momento de su muerte no solo quedó grabado en la memoria de su padre, sino que dio la vuelta al mundo.

Las imágenes de personas ardiendo vivas en ese campamento, entre ellas también la madre de al Dalou, incitaron incluso al aliado más firme de Israel, Estados Unidos, a cuestionar el ataque.

Linda Thomas-Greenfield, embajadora de Estados Unidos ante Naciones Unidas, dijo el miércoles que había “contemplado horrorizada cómo las imágenes del centro de Gaza pasaban por mi pantalla”.

“No hay palabras, sencillamente no hay palabras, para describir lo que vimos”, dijo en una declaración ante Naciones Unidas. “Israel tiene la responsabilidad de hacer todo lo posible para evitar bajas civiles, aunque Hamás estuviera operando cerca del hospital”.

El video del cuerpo en llamas, que la familia identificó como al Dalou, fue geolocalizado por The New York Times en el lugar donde se encontraba el campamento del Hospital de los Mártires de Al Aqsa.

Al Dalou, enfermizo a causa de los traumatismos y la desnutrición en medio de un asedio cada vez peor, solía confiar sus ideas para escapar de Gaza a su tía, Karbahan al Dalou.

“Su plan era salir y luego encontrar la manera de sacar a sus hermanas, sus hermanos y sus padres”, dijo en una entrevista con el Times, sentada en la habitación de su hija Tasnim, que estaba recluida en un hospital mientras se recuperaba de heridas de metralla en el estómago causadas por el mismo ataque.

Al Dalou también recurrió a internet, poniéndose en contacto con activistas en el extranjero que han ayudado a los gazatíes a crear páginas de recaudación de fondos en línea.

“Tienen que abrirnos su corazón. Tengo 19 años y enterré mis sueños”, escribió en una publicación de redes sociales. “¡Apóyenme para encontrarlos de nuevo!”.

La campaña recaudó más de 20.000 dólares. Sin embargo, aunque hubiera sido suficiente para pagar los exorbitantes precios de organizar una salida de Gaza para él y algunos de sus familiares, el esfuerzo fue inútil: desde mayo, Israel ha cerrado el paso fronterizo de Rafah con Egipto, lo que imposibilita esas salidas.

En un mensaje de texto de mayo que su tía le mostró al Times, al Dalou preguntaba si sus enfermedades recurrentes podrían darle derecho a una evacuación médica, cosa que ha ocurrido ocasionalmente. Ella respondió que era poco probable, y que incluso una amiga “cuya hermana perdió un ojo, está batallando para encontrar la manera de sacarla”.

Sin embargo, dijo que su sobrino, quien a menudo se reunía con ella en su tienda para comer, parecía imperturbable. Veía las noticias, analizaba los discursos del primer ministro de Israel y le decía: “Sé optimista, todo irá bien. Si Dios quiere, Dios nos ayudará, tía”.

Mohyeddin al Dalou, su primo y compañero de escuela, comentó que entre sus amigos las cosas eran distintas. Durante la guerra, ambos solían pasar tardes melancólicas en la playa.

Al Dalou soñaba con ir al extranjero para obtener un doctorado en ingeniería de software, que había estudiado en sus dos últimos años en la Universidad Al Azhar de Gaza. Ya había renunciado a su ambición de ser médico, dijo su primo, porque su familia no podía pagar esos estudios.

A medida que la guerra se prolongaba, dijo, la visión de escape de al Dalou pasó de viajar a morir.

“Cada vez más, me decía que quería ser martirizado, que quería estar con sus amigos martirizados, con su abuelo y su abuela en el cielo”, dijo.

Apenas 10 días antes del atentado que lo mató, al Dalou tuvo un roce con la muerte cuando Israel atacó la mezquita cercana al hospital, donde había estado recitando el Corán y había pasado la noche. Israel también dijo entonces que su objetivo era un centro de mando de Hamás.

En aquella explosión, que según las autoridades locales mató a 26 personas, un trozo de metralla atravesó el cuello de al Dalou por detrás de la oreja. “Aún no le habían quitado los puntos”, dijo su tía, sollozando.

En un mensaje publicado en redes sociales tras el ataque a la mezquita, al Dalou describió cómo se despertó en el hospital, gritando a los médicos que había llegado al cielo con un amigo, Anas Al Zarad.

Al Dalou parecía especialmente atormentado en publicaciones más nuevas debido a la reciente muerte de ese amigo, publicando fotos de ellos juntos cuando eran niños y adolescentes, riendo y bromeando.

“Nunca he sentido nada más aterrador que la idea de que los muertos estén ausentes”, escribió en una publicación. “La mente humana, con todas sus neuronas y toda su capacidad de absorber y crear, está indefensa ante esta ausencia”.

Quienes ahora enfrentan esa misma ruptura por la ausencia de al Dalou recuerdan a un joven muy sabio para sus años, cuya ambición y energía parecían ilimitadas, y que se hacía amigo de todos.

Su tía recordaba el modo en que su madre, Alaa, había tratado a al Dalou “más como a un hermano que como a un hijo”, con muchas bromas y conversaciones íntimas.

En una ocasión, la madre de al Dalou vendió sus pulseras de oro para financiar sus estudios de secundaria. Cuando empezó la guerra el año pasado, comentó su tía, al Dalou utilizó el dinero que ganaba trabajando en ingeniería de software en internet para comprárselas de nuevo.

Dijo que al Dalou también usó su dinero para ayudar a su padre y a su tío, el marido de Karbahan, a montar un puesto de falafel junto a su tienda fuera del hospital, como una forma de ganar dinero después de que la pequeña fábrica de ropa de los dos hermanos fuera destruida en la guerra.

El padre de al Dalou comentó que veía su relación como algo más que la de padre e hijo.

“Él guardaba mis secretos y yo guardaba los suyos”, dijo, con la cara y los brazos muy vendados por las quemaduras. “Éramos amigos, y yo estaba orgulloso de eso”.

Mientras contemplaba el incendio que acabó con la vida de su esposa y su hijo, dijo que no dejaba de hablar con al Dalou: “Le dije a Shaaban que nunca me había sentido tan destrozado como me siento ahora. Nunca me he sentido tan derrotado como me siento ahora”.

Su último recuerdo de ellos es de un día antes del incendio. Los tres habían ido a la playa, comiendo semillas de girasol y charlando. “Ahora, bueno”, dijo, “que Dios lo tenga en su gloria”.

El viernes, el padre recibió otro golpe: su hijo menor, de 10 años, murió a causa de la gravedad de sus quemaduras, a pesar de los esfuerzos que hizo por rescatarlo. Fue enterrado junto a su madre y su hermano.

 

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