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Por HANNA ARHIROVA Associated Press
UZHHOROD, Ucrania (AP) — Esta semana comienza otro año escolar en Ucrania, un momento crucial para cualquier estudiante, especialmente para los adolescentes en su último año de secundaria. Los chicos ucranianos tienen en mente algo más que solo sus calificaciones y opciones universitarias: lidian con las realidades de la guerra.
A un estudiante, aún atormentado por los recuerdos de su ciudad natal en la región de Luhansk, que se encuentra casi en su totalidad bajo control ruso, se le dificultad adaptarse a la vida en el área de Kiev después de sobrevivir a la ocupación rusa. La nostalgia de su hogar persiste —un recordatorio constante de lo que dejó atrás—. Otros dos adolescentes agonizan sobre la elección de sus futuras profesiones: hacen planes para el porvenir mientras navegan por las amenazas diarias de bombas y misiles guiados rusos en ciudades de primera línea.
Justo antes de que comenzara el año escolar, los tres encontraron un momento de paz y sanación en un campamento de verano en el lado opuesto del país. El campamento para niños afectados por la guerra fue creado y organizado por la fundación benéfica Voices of Children y patrocinado por la Fundación Olena Zelenska, la organización benéfica establecida por la esposa del presidente ucraniano Volodymyr Zelenskyy.
Para los tres adolescentes, fue una oportunidad única de socializar con otros jóvenes de toda Ucrania que enfrentaron el trauma de la guerra y darse un respiro necesario para tomar más fuerza.
“Estoy seguro de que tendré un futuro”
Lo que más le gustó a Oleksandr Hryshchenko, de 16 años, del campamento de verano en Uzhhorod, cerca de la frontera occidental con Eslovaquia, fue que “no había ningún enfoque en la guerra”.
“Te relajas, hablas de lo que te ha pesado durante el día”, dijo. Su pueblo, Vorozhba, está ubicado en el otro extremo del país, a menos de 10 kilómetros (6 millas) de la frontera rusa, en la región norteña de Sumy.
Para él, el campamento fue una oportunidad única de escapar de las incesantes explosiones y el peligro, especialmente después de que el ejército ucraniano avanzara hacia la región rusa de Kursk, a unos 50 kilómetros de distancia.
“La gente que está más lejos de la frontera todavía disfruta, celebra la captura de nuevos pueblos, pero no comprenden, no sienten, no saben lo que está sucediendo en la zona fronteriza”, apuntó. “Los rusos han comenzado a atacar las ciudades de manera mucho más agresiva”.
Los bombardeos han fluctuado en intensidad a lo largo de la guerra, pero este verano ha sido particularmente desafiante. Si bien antes los rusos dependían de la artillería, ahora atacan Vorozhba con bombas planeadoras bastante más aterradoras, que él describe como “mucho peores”.
Si bien Oleksandr tuvo la oportunidad de trabajar con psicólogos en el campamento y comunicarse con otros menores allí, permanece en contacto constante con su familia. Durante un ataque reciente, su casa fue sacudida por las ondas expansivas de una bomba, lo que causó que una lámpara fija cayera del techo.
Su último año en la escuela de su ciudad natal será mayoritariamente en internet. Mucha gente se fue del pueblo este verano, pero Oleksandr informó que su familia no planea irse todavía.
“Sabemos que, si nos vamos ahora, es posible que no quede nada a lo que regresar”, dijo. Toda su familia, incluidos sus abuelos, aún vive allí, mientras que su padre sirve en el frente desde los primeros días de la invasión a gran escala de Rusia en febrero de 2022.
“Para mí, mi padre es la persona más valiente en mi vida”, manifestó Oleksandr. La guerra lo ha cambiado, agregó: Solía tener un carácter más suave, pero ahora es más reservado.
El impacto de la guerra es una preocupación constante, sostuvo. “Piensas en ello todas las noches antes de acostarte. Le das vueltas todo el día, preguntándote qué vendrá después”.
A pesar de la agitación, Oleksandr siente que toma el control de su destino, se concentra en su último año de escuela y se prepara para los exámenes de ingreso y elegir una universidad.
“Estoy seguro de que Ucrania tendrá un futuro, yo tendré un futuro y sé que todo estará bien, pero tenemos que superar estos tiempos”, agregó.
Una comunidad de testigos de la guerra
Valerii Soldatenko, de 16 años, todavía tiene visiones de su ciudad natal en la región de Luhansk de la que huyó el 29 de agosto de 2022, después de vivir bajo la ocupación rusa durante unos seis meses.
“Hay momentos en los que casi la veo ante mis ojos. Veo caras familiares, veo esas hermosas colinas blancas”, dijo Valerii. Su pueblo natal, Bilokurakyne, en la parte norte de la región de Luhansk, está ocupado por las fuerzas rusas.
Para él, la educación fue un factor crucial en su decisión de irse. En agosto de 2022, justo antes de que comenzara el nuevo año escolar, huyó porque el plan de estudios ruso había sido impuesto.
“Yo de verdad no quería ajustarme al sistema educativo ruso”, manifestó. “Así que estaba claro que yo corría el mayor riesgo y que podía poner en mayor peligro a mi familia”.
Su familia se instaló cerca de Kiev, pero Valerii todavía lucha por adaptarse. Extraña a sus amigos, los paisajes familiares de Luhansk y su antigua casa —una edificación de arcilla, heno y tiza con una fachada azul y columnas blancas.
Entre las pocas pertenencias que trajo consigo hay una cáscara de nuez de un amigo, un recuerdo preciado, ya que el tiempo y la distancia hacen que sea más difícil mantenerse en contacto.
“Antes de irnos, esperábamos estar en casa en noviembre o diciembre, para celebrar la Navidad y el Año Nuevo con la familia”, dijo Valerii. “Pero, como puedes ver, estoy sentado aquí, no en mi pueblo natal”.
Vino al campamento para conectarse con otros “testigos de la guerra”, en busca tanto de reflexión como para entender cómo lidian sus compañeros de las áreas de primera línea.
Mientras se prepara para comenzar su último año de escuela secundaria, finaliza su elección de universidad, aunque todavía no está seguro de si seguir una carrera como periodista o como profesor de historia. “Diría que (la guerra) me arrebató la infancia, especialmente después de que me fui”, dijo.
“Ser adolescente en tiempos de guerra es duro”
Kseniia Kucher, de 16 años, sueña con el día de su graduación e imagina una celebración o un viaje con sus compañeros de clase. Pero como la educación en la ciudad nororiental de Járkiv se imparte principalmente en línea debido a los ataques rusos de rutina, eso puede no ser factible.
Su familia ha preparado sus “bolsas de emergencia” con artículos y documentos esenciales, pero por el momento no tiene planes de irse.
“Es realmente difícil seguir adelante, especialmente cuando los ataques ocurren por la noche. Literalmente te despiertas sacudido en la cama por las explosiones”, dijo. “Y, no obstante, es más fácil porque todavía estás en casa. Estás con tus seres queridos y no en un entorno extraño”.
En el campamento, a cientos de kilómetros (millas) de Járkiv,
Kseniia encontró una rara oportunidad para descomprimirse. “Incluso comencé a tener algunos sueños aquí”, agregó. Apreció especialmente las conversaciones nocturnas con sus compañeros, en las que compartían sus experiencias y conectaban personalmente.
“No tengo muchos amigos en general, en la vida. Y ahora todos se han dispersado”, reflexiona. Cuando está en casa, intenta no pensar demasiado en su vida previa a la guerra, sino que se centra en el presente.
“Vivo el momento y no hago grandes planes para el futuro porque, al comprender la situación actual … no sé qué pasará dentro de un año”, dice. Vive con su madre y su hermano menor, mientras su padre sirve en el frente. Kseniia lo ve una vez cada varios meses.
Mientras hablaba, los sonidos distantes de tormentas eléctricas la distraían por su parecido al de las explosiones.
“Ser adolescente en tiempos de guerra es duro”, refiere. “No entiendes del todo tus emociones y todo te afecta —desde una palabra hiriente hasta una andanada de misiles—. Es difícil vivir con eso”.