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viernes, mayo 3, 2024
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El origen de la corrupción

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Por Álvaro Montenegro Fortique

Para la segunda edición de un libro titulado “Ópticas de la corrupción”, publicado hace tan solo unos días por el Consejo Nacional Anticorrupción (CNA) de Honduras y el Observatorio de Política Criminal Anticorrupción (OPCA), escribimos estas líneas a continuación, con nuestra mirada sobre el origen de la corrupción y una posible solución. En la publicación, que consta de unos 50 trabajos, colaboraron varias decenas de investigadores sobre este tema de deterioro social, provenientes de casi todos los países Iberoamericanos.

El libro se consigue gratis en formato PDF, y vale la pena que lo bajen de la página de la CNA como un punto de referencia sobre esa enfermedad de la corrupción en nuestra región. Nuestra contribución fue la siguiente:

A partir de la naturaleza humana, que nos rodea con todas las virtudes y defectos que componen nuestra esencia, los individuos de nuestra especie tenemos debilidades que nos caracterizan. Una de esas fragilidades la conforma el egoísmo, visto como una actitud con la cual buscamos nuestro propio beneficio sin importarnos nada más. Las pasiones humanas son todas buenas, decía Jean-Jacques Rousseau, si uno las puede dominar. Todas son malas, si ellas lo dominan a uno.

Una de esas pasiones es el hecho de poseer, que materialmente se puede traducir en el mundo de hoy, a tener mucho dinero. Parece que a la mayoría de los humanos naturalmente nos gusta conseguir y acumular bienes, para garantizar nuestro futuro. En principio, eso no parece un defecto. Pero si ese impulso lo llevamos a extremos, entonces caemos en la maldad que nos advertía Rousseau.

El respetado expresidente de Uruguay, José Mujica, soltó en una oportunidad la frase referente a quien le guste el dinero, no se meta en política. Así como el que le gusten mucho las mujeres, no debe optar por el sacerdocio. El gusto exacerbado por el dinero, o por las mujeres, lleva a la corrupción. Y en el caso de los funcionarios públicos, conduce inevitablemente a la corrupción administrativa, convirtiéndose en una especie de cáncer que corroe a las más sólidas estructuras de la administración pública.

Hay una especie, muy conveniente para los corruptos, que pregona que tan deshonesto es el funcionario que pide dinero por una prebenda, como la persona que da el dinero por obtener ese privilegio. Esa tesis olvida lo que es la extorsión. En un soborno, existe una complicidad y una voluntad tácita para cometer un delito consensual. Tú me das un contrato para enriquecerme, y yo te doy una gratificación o coima por el favor recibido.

En la extorsión no hay voluntad compartida, ni complicidad, ni favor recibido; hay humillación. O me das, o no pasas. La fuerza está incluida en esta ecuación, y el que paga se convierte en víctima de un funcionario que tiene el poder para encarcelar, o de un secretario de tribunal que no hace la diligencia si no le dan dinero, o de un juez que no sentencia si no recibe su cuota. Por eso, a largo plazo, esos extorsionadores terminan presos. Alguien, cansado de tanta humillación, los denuncia.

Pero analicemos los orígenes de la enfermedad, y no solamente los síntomas. ¿Por qué existe la corrupción? ¿Será porque todos los hombres somos malos por naturaleza, como predicaba Maquiavelo, y solo el temor a la cárcel nos hace buenos? Si ese principio es válido, la impunidad lo destruye. Al ver que todo muchos roban y no reciben castigo, entonces yo también robo porque presumo que no me van a castigar a mí tampoco. La impunidad estimula la corrupción.

¿Será que todos los hombres somos buenos por naturaleza, y la sociedad nos convierte en ambiciosos y malos, como nos mostraba Jean – Jacques Rousseau con su “buen salvaje”? Es posible que la respuesta esté en un término medio. Probablemente, ni Maquiavelo ni Rousseau tenían toda la razón, pero algo de verdad hay en sus teorías.

Parece más preciso suponer que el origen de la corrupción humana, y de la injusticia, reside en la oportunidad que tenemos los hombres para decidir. En nuestro discernimiento. Como forzosamente somos subjetivos, porque somos sujetos, todos cometemos errores de juicio. Si ellos vienen revestidos de mala fe, de egoísmo, o de intenciones de provecho individual, esos errores se convierten en actos de injusticia, o de corrupción.

La lucha contra la corrupción debe atacar al fondo del problema, y no solamente a la forma. El origen, que probablemente no lo podemos eliminar totalmente porque parece que forma parte de la condición humana, se debe combatir atacando a la raíz y no a las ramas. Esa raíz es la discrecionalidad que tienen los funcionarios, públicos o privados, para tomar decisiones. Por supuesto, más daño hace un funcionario público errando en las medidas que toma, porque afectan a todos los ciudadanos y tocan dineros públicos.

Entonces, la verdadera lucha de fondo contra la corrupción pasa por eliminar la discrecionalidad de los funcionarios. “Donde hay un permiso, hay un guiso”, decía un buen amigo dirigente político. ¿Es difícil fortalecer el discernimiento de los funcionarios públicos? No, al contrario, es muy fácil. Pero para hacerlo, hay que tener voluntad. Hay que luchar contra el sistema, contra el mecanismo que muele la moral humana por medio del dinero mal habido.

La clave de la verdadera lucha contra la corrupción administrativa está en cumplir, y hacer cumplir, normas que impidan decisiones subjetivas de los funcionarios públicos. La solución al problema no se consigue en un operativo especial y transitorio, como cuando montan alcabalas un par de días para combatir la delincuencia común. No está tampoco en venganzas personales o grupales, ni en cuotas de poder o pleitos territoriales como hacen las mafias.

Un juez, que toma decisiones siguiendo los parámetros de una ley que él no redactó, y los compara con un expediente que él tampoco compuso, hecho por organismos policiales especializados, no debería tener mucho margen de discrecionalidad al tomar sus decisiones. Eso evitaría que lo sobornen. Por lo menos en teoría. Un funcionario de fuerza pública en una alcabala, que se siente con el poder de detener a cualquier ciudadano simplemente porque quiso, es otro ejemplo perfecto del origen de la corrupción. Allí están dadas las condiciones ideales para convertirlo en un extorsionador. Rousseau como que tenía razón; el sistema de alcabalas convierte al hombre bueno en un corrupto.

Ojalá que nos demos cuenta de que para combatir la corrupción administrativa, se necesitan eliminar las barreras de la discrecionalidad y subjetividad que tienen los funcionarios públicos. Esa discrecionalidad constituye el origen de la enfermedad más perversa que pueden sufrir los países.

@montenegroalvaro

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